sábado, 19 de abril de 2008

MÁNDALA Y OTROS POEMAS

MÁNDALA(*)


I

Porque el mundo es algo más que una mirada
que no llego a comprender.

Luminosa polvareda
la de la ciudad vencida
por el tiempo
en la cesura de los días, hilos
de mediodías,
hemistiquios lineales en su forma temporal.
Horas como casas, pálidas cáscaras
que languidecen tras su cuadricular simpleza.
Formas atrapadas al vuelo
de la retina seca del caminante a tientas.

El mundo se refleja.


II

Y, sin embargo, antigua,
la forma se dibuja.

La hiedra se arremolina
entre las rejas.
Alta, crece con ellas
como el correr del viento sobre sus hojas.
Es ese, el hierro espeso,
el que compone la ventana con su cerco,
irónicamente frágil
bajo su forma gótica.
Máscara de piedra irrefutable.
Ausencia biselada por la sombra.
Hombre inmóvil.
Luz entre las ruinas. Ubicuidad
de los ojos que contemplan. Movimiento:
Deja que pase el tiempo en tu mirada.
Deja que agote sus vagos licores bajo el amparo
de la retama que salta el enrejado, y siente
cómo se abren las puertas
ante ti.

Rejas que abrazan el musgo estático.
Rejas siempre,
verticalidad que aumenta al acercarse,
orgullosamente alzadas,
hechas al tacto y a la vista .
Reales.


III

De madera pesada,
como oleaje encadenado,
se levanta la puerta.
Grieta que se abre a la luz
de la pupila acuciosa
que hiere la mente con las vetas
de la naturaleza
definitivamente muerta; puerta
en tanta madera concentrada.
Y gira
sobre planos en el espacio:
un movimiento hundido
de materia en el vacío de la casa.
Dentro:
Ventanas forjadas al hierro forjado.
Pestañas de madera, las ventanas.
Incógnitas
dormidas tras sus ranuras.

Muros ante ti alzados,
paredes invisibles en la tarde
ante el peso cotidiano de lo dado.

Cuando entres,
morador, en el recinto,
olvídate de todo cuanto has visto.
Olvídate de las líneas de la calle.
Olvídate del camino recorrido.
Olvídate, incluso, si es preciso,
del origen de los símbolos,
de la palabra,
y ven a este lenguaje que se muestra
como una Itaca
para ti.


IV

Piedra o Patria calcinadas.
Arquitectura. Piedra
sobre piedra hundidas
en las entrañas de esta tierra despeñada,
como cal viva siempre, que brota
y brota a la superficie pelada
del terreno que conforma y se contempla.

Párpado alerta e indolente
que se cierra formalmente en su escritura. Noche
que inunda los sentidos y se yergue
en la medida de
lo posible. Arquitectura que contemplo ,
forma simétrica que se desliza
como un soplo sobre sí, rompiendo
su fórmula imposible.

Geografía de mujer.
Arqueología del lenguaje.
Palabra voladora y expresión,
como cada nombre murmurado.
Geografía de mujer:
Distante
distancia
juego quieto
pirueta alada
signo del habla
arquitectura blanca
palabra en movimiento.
Arquitectura.
Forma concisa e indeleble
casi textual.
Silenciosa de tan erguida
para ser mirada.
Forma sobre forma.
Viaje inmóvil al espacio creado.
Calabozo de cuerpos lapidados.
Dulzor en esta forma.
Copa profunda. Venus
con rayos de planeta.
Traspapelada imagen trasnochada.

Y de su luz, la luz
hiende
patios abiertos al cielo,
límites palpables, estos muros.
Cercanía a nuestros propios movimientos,
al paso medido, los pasos intermedios.
El aire libre al aire libre.

En el claroscuro de la ventana se vislumbran,
más allá del margen tangible que la contiene,
sobrevolando el marco de la ventana con la mirada,
los rostros de la gente.
El rostro. El astro
arriba descolgado en la mañana.
Y la visión recae
con temeridad impositiva que cosifica
adjetivando objetos en la memoria,
las palabras: la ciudad.

Ciudad
que se repite en la mirada.
Ciudad que se recrea en los objetos,
en los sujetos,
ciudad
en cada paso. Mientras,
la vista muerde, atenaza
(dientes como papeles
flamean en el aire desatado):
paredes,
muros irrefutables,
ciudadela enjuta,
sombría de tanta luz,
soledad de soledades
recompuesta por los ojos,
vista.


V

Clara, celeste, burda, la imagen se nos entrega
tras la pupila.
Lujosos desiertos aquellos patios.
Baldosas que recubren los cuadrados, cubículos
entre el sillar de ser tan fuertes.
Carcomido el viento,
a la volanda, raudo entre las sombras, a solas, boga.
Batientes como papeles en la tarde
se detienen a la deriva con el viento.

El declive paulatino de la luz
ante la noche. Oscuridad.
Y las aristas se sacuden y entrelazan .

Moradores inconsútiles, aquestos pasos.
Y a todo esto, ¿cúya la membrana
que se humedece ante los colores vistos?
¿Cúya la piedra que rasga
la visión indemne como escamas?
¿Cúya la pared reducida ante la perfección
de la línea que se impone al borde?
Quietud. Patios embaldosados en cuyo centro
la vida fluye
como cantos rodados de ojos y agua.

Claridad en la mañana
polar.


(*) Mándala, como poema solo, mereció el Primer Lugar en el Premio por el Año Internacional de la Juventud, organizado por la Municipalidad de Arequipa en 1984. La versión preliminar de este poemario mereció en 1992 el Segundo Lugar en el Premio Anual de Poesía convocado por la Municipalidad de Paucarpata/Arequipa.






POBLADO


I

Árboles encendidos
por la luz de la mañana.
Callejuelas empedradas por el sol
que se angostan con el correr de la mirada.
Palmeras dibujadas por el viento
saturando el silencio de la plaza .

Ante estos cerros se yergue el orbe,
la piedra áspera de estos muros,
la cáscara reseca de estas casas .


II

En su edad, la ventana,
con ahuecada voz,
se reduce a una discreta transparencia
de cristales, cada uno como un reflejo de sol
en pleno día, cada uno
con un reflejo de relámpago sorprendido,
de vacío condensado.
Vidrios en cada destello,
destellos como palabras
acertadamente pronunciadas, recorridas
en cada vidrio,
a cada paso,
en cada palabra.

Ventana:
Esperanza hundida en contingencias,
figura que brilla por su ausencia
del muro que no es y se resiste
a ser
gallardete virtual entre la nada.
Remanzo en el vacío,
estanco de luz en la mañana, ventana,
no eres nada al tacto y a la vista :
amasijo de ser aferrándose a los ojos que,
mansamente, dan ser con la mirada.
Tu marco y maderamen, ventana,
materia y continente simulados, son
perfil fugaz que, sin embargo, era.

Abrazada inconsistencia en tus bisagras,
oquedad en el muro que sin ser existe,
ventana, eres
fugacidad perenne,
alborozada inconstancia mordiéndose la cola,
para vender tus sueños engolfando navíos
en el horizonte, el viento y la mañana.


III

El aire seco
transita por las calles despobladas,
restregando su espinazo, su lomo furtivo,
entre el cableado y el vacío del camino
para posar sus patas de soplo ensortijado
en el rostro más fiero de la madera austera.

Mas, de vuelta de la muerte ,
dando un vuelco en sus giros,
el viento se troca paloma
y posa su corazón emplumado
en la cornisa más ardua
de una pregunta escueta .


IV

Poste de madera:
concreción plantada en nuestra acera.
Pelamen destilado de madera resuelta.
Por ti camina la luz como quien guía
al óxido que te corroe bajo el azul del cielo.
Poste de madera,
cuerpo desastillado por el tiempo.
Sinuosidad perfilada
en cada trecho.
Tu cuerpo es dulce
morada para los insectos.
Tu piel erguida sobre el asfalto
es un muñón estéril asolado por el viento.
Y cada una de tus astillas, parco madero,
es una hora que pierdes
lanzada al vacío de la tarde.

Viejo poste:
Quietud en la paz
que nunca reverdece.
Tú guardas el tiempo
alojado en tus ranuras.
Y bajo tu melena de cables,
poste escueto,
tu Ser
es muerte vapuleada
por el viento.

Viejo poste:
Sueño de ser noche sobre los bajos techos.
Tu pelo apuntala las nubes, maderamen
o anhelo de materia iluminada.


V

El aire electrizado
transita por la tarde
y un vaho de eucaliptos
perfuma las palabras:
El viento se renueva y
su cuerpo sale y calles
de pronto desbocadas
ululan con el polvo
afín a las barandas.

Viento de la tarde:
una quieta polvareda gira en torno de tus pasos
pero, pese a todo, tus ojos no se rinden.

Palmeras,
ojos secos que niegan a la piedra.
Sus retinas respiran mientras cantan
fatigadas por la tarde,
transidas por el aire,
mientras su cima reverdece
llenando con sus hojas
la luz de nuestros días.

Viento:
Eres sombra sobre un muro
cogido por la mano de la tarde.


VI

Cielo por nadie visto,
en esta ciudad de rostros apagados,
en esta ciudad de muros lapidados,
en donde se riza el aire
sobre la piel de las sombras y la piedra,
tú surtes por la tarde para ocupar tu sitio
esperando tu ocaso de ser reconocido
y así llenar tus gamas de vida colorida.

Celaje frecuentado por el aire:
En ti pueblan las aves de la tarde
para agitar sus alas
al viento contigo enaltecido.
Ráfaga de viento:
innumerables muros erizan tus caminos
colmados por las tardes colmadas
por los rezos y ,
y una torre, a lo lejos, aguarda tu presencia
para que en tus requiebros de plumas y palomas
refugies tus latidos por entre sus ventanas.


VII

Piedras,
palabras de los muros
sobre los que descansa
el ser de los celajes.

Un aire, armado en ventolera ,
irrumpe en tus designios,
luz, calor iluminado
que mora en esta iglesia
en donde las palomas ,
al fin enaltecidas ,
descienden de los vanos
y la marquetería
y atienden la liturgia
y esparcen su plumaje
mirando en su atalaya
de bóvedas compuestas
y ventanas monacales,
el pórtico y las naves
cerradas por los muros
o el rito de las manos
cercadas por la capa
y la luz de una pregunta
velada por los rezos .

Entonces luce el hierro su forma en candelabro ,
calado en sus ribetes y su negra tesitura,
y el aire descansado camina por el aire
trenzado con las llamas en metafísica armonía.

Y en tanto su luz se licue,
un lienzo, una pintura ,
palabras de siempre oscurecidas,
de pronto se decantan en el cuenco de uno ojos
y encienden sus colores:
por ti relampaguean.






DIA

Al amanecer, la paz vegetal
crea un ambiente de dicha entre los grandes árboles ,
y un parque escueto recibe
al viento renovado tras la noche ardorosa.
El oscurecido boscaje de la noche anterior
deja con discreción su lugar
al aire iluminado del alba en la mañana:
Un aire que es sólo aire
en tanta claridad transparentada.

Levedad aérea la de las ramas sensibles
al viento y a los muros y al rumor
de su follaje pasajero.
Desde la escala de los árboles las hojas
se ofrecen al temprano verdor de las horas
sin más reclamo que su gratitud
a la vida renovada.
La raíz apurada del viento en la mañana
es cortada por el frío desplante del follaje
que no acompaña ni al aire ni a las aves que parten,
al hilo del viento, haciéndose
a la idea del olvido.

El viento ciñe entonces a la ciudad entera
por la cintura de una columna perlada de rocío;
ciudad océano, ciudad o mar o acantilado
o aire enmarinado por el nuevo día que se anuncia.
El cielo inmenso toca a la ciudad sobre la tierra
y sobre el árbol y su sordo crecimiento entre las ramas
remeciendo el corazón de los animales alados
que pueblan sus mil doscientos treinta y cinco rostros,
rastros de hojas, rastrojos,
provocando el lento reverdecer
de los fresnos con su vaivén.

Ante el paso del viento,
el camino se reduce a intrascendencia o vanos
de las puertas, y la continuidad de las paredes
se troca en peatón tardío
perdido para la gente y la arquitectura.
Ciudad, cuántas viviendas encajadas en tu haber.
Viento, casas sin árboles comparten
tu soledad en el desierto estático
de la ciudad en cuyas grietas te refugias
y en donde calles suceden siempre a otras calles.

A las doce del día
la tierra alza los brazos al sol
y da la hora sobre las paredes caleadas
de la ciudad incólume,
pese a la rutina que, por lo bajo,
la hormiguea y la desgasta.
Con su porosidad intacta,
carbonizada por el viento,
blanqueada en el recuerdo,
de este modo siempre habitada,
la ciudad, ese desierto exaltado en las mañanas, y
a pleno día, bastión que es morada, jungla, levadura
de panes por venir, o sal
que se nos queda impregnada en la garganta,
la ciudad se agita, se agiganta, y sólidas atalayas
se dibujan a lo lejos: la presencia de una iglesia
se anuncia en esta historia.

Pero no sólo ella
descansa en la mañana. También una tienda nos enseña
con sus cuerdas y sus postes, que no marchan
árida en el entorno árido,
sobre un breve lecho de piedra y argamasa.
"Cerrajería", reza
un letrero. Y el horizonte retraído
sobre el terco asfalto
es el anuncio de la imaginación vuelta materia.
Bloques de piedra en torno al viento. Bloques
uno a uno unidos;
palabras que dan en el blanco de los muros
como sombras impalpables, mientras a la distancia
insoslayables atalayas en esta región arcana
anidan pasiones como proezas,
espacios de nuestras soledades,
laberintos del sueño de una tarde que se anuncia
a medida que crece su sombra
en el blanco de una penumbra que camina.

Sombrías son las tardes
cuando el viento las colma o desvanece.
Las hojas palpitan
tras su verdor contra las horas
y la tarde fatigada mira al cielo
alzando su cabellera deshilachada y se sacude
de su letargo mientras vuelan
imperiosas convicciones de racimos y destellos,
de aves abiertas al cielo
que agitan el aire cuando surte la tarde entre sus alas
decantadas con el dulzor de la sabia en su plumaje,
y, en brazos del aire, untan su sombra en vericuetos
sobre el pellejo de las piedras quietas.

En el alba de las casas enormes,
bajo la misma noche en que anidan temores,
entre las manos que el viento acaricia,
sobre la marcha del viento,
una plácida arquitectura surte callada y luego habla,
enriqueciendo los silencios del viento y de los árboles
con una suerte de mayores silencios enterados
que son como la voz que todos oyen cuando en verdad escuchan.

Es entonces que se agolpa en ella,
la arquitectura, el caminante que la frecuenta
con su paso roído por el tiempo,
deshilachado, raído de tanto andar con la penumbra
y los días y sus luces anunciadas; la frecuenta
con su retrasado paso maduro,
y transita por sus poros planetarios
mirando en ella como quien pisa la noche o quien pisa
el cauto reverdecer de la hiedra entre sus vetas
como una melódica caricia de viva cal y canto .
Calicanto.






FUENTE


Esta noche la luz aflora
por entre muros blanquecinos
curados por las sombras
y teje una urdimbre de plata
que reverbera sobre las hojas quietas.

De pronto se observa cómo
la impaciencia de la piedra
se resuelve en agua
y estalla la oscuridad
en círculos concéntricos.

Cae entonces el agua
en el pozo de esta plaza y baña
a la piedra antigua,
a la poblada piedra del muro cóncavo,
a la habitada superficie donde moran
el musgo y las bacterias
eléctricas y espaciales.

En torno a sus espasmos
el agua se remansa
y tejen los insectos,
de pie bajo la luna,
su canto atribulado .

Y el rumor del agua
que reposa, es como un pedido
a la luz para que irrumpa
sobre la abotagada quietud
de esta agua encenagada.

Hay reflejos en el aire
en esta noche austera
en la que a solas, a la deriva,
se agita el mundo entre sus hojas.







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