sábado, 19 de abril de 2008

MÁNDALA Y OTROS POEMAS

MÁNDALA(*)


I

Porque el mundo es algo más que una mirada
que no llego a comprender.

Luminosa polvareda
la de la ciudad vencida
por el tiempo
en la cesura de los días, hilos
de mediodías,
hemistiquios lineales en su forma temporal.
Horas como casas, pálidas cáscaras
que languidecen tras su cuadricular simpleza.
Formas atrapadas al vuelo
de la retina seca del caminante a tientas.

El mundo se refleja.


II

Y, sin embargo, antigua,
la forma se dibuja.

La hiedra se arremolina
entre las rejas.
Alta, crece con ellas
como el correr del viento sobre sus hojas.
Es ese, el hierro espeso,
el que compone la ventana con su cerco,
irónicamente frágil
bajo su forma gótica.
Máscara de piedra irrefutable.
Ausencia biselada por la sombra.
Hombre inmóvil.
Luz entre las ruinas. Ubicuidad
de los ojos que contemplan. Movimiento:
Deja que pase el tiempo en tu mirada.
Deja que agote sus vagos licores bajo el amparo
de la retama que salta el enrejado, y siente
cómo se abren las puertas
ante ti.

Rejas que abrazan el musgo estático.
Rejas siempre,
verticalidad que aumenta al acercarse,
orgullosamente alzadas,
hechas al tacto y a la vista .
Reales.


III

De madera pesada,
como oleaje encadenado,
se levanta la puerta.
Grieta que se abre a la luz
de la pupila acuciosa
que hiere la mente con las vetas
de la naturaleza
definitivamente muerta; puerta
en tanta madera concentrada.
Y gira
sobre planos en el espacio:
un movimiento hundido
de materia en el vacío de la casa.
Dentro:
Ventanas forjadas al hierro forjado.
Pestañas de madera, las ventanas.
Incógnitas
dormidas tras sus ranuras.

Muros ante ti alzados,
paredes invisibles en la tarde
ante el peso cotidiano de lo dado.

Cuando entres,
morador, en el recinto,
olvídate de todo cuanto has visto.
Olvídate de las líneas de la calle.
Olvídate del camino recorrido.
Olvídate, incluso, si es preciso,
del origen de los símbolos,
de la palabra,
y ven a este lenguaje que se muestra
como una Itaca
para ti.


IV

Piedra o Patria calcinadas.
Arquitectura. Piedra
sobre piedra hundidas
en las entrañas de esta tierra despeñada,
como cal viva siempre, que brota
y brota a la superficie pelada
del terreno que conforma y se contempla.

Párpado alerta e indolente
que se cierra formalmente en su escritura. Noche
que inunda los sentidos y se yergue
en la medida de
lo posible. Arquitectura que contemplo ,
forma simétrica que se desliza
como un soplo sobre sí, rompiendo
su fórmula imposible.

Geografía de mujer.
Arqueología del lenguaje.
Palabra voladora y expresión,
como cada nombre murmurado.
Geografía de mujer:
Distante
distancia
juego quieto
pirueta alada
signo del habla
arquitectura blanca
palabra en movimiento.
Arquitectura.
Forma concisa e indeleble
casi textual.
Silenciosa de tan erguida
para ser mirada.
Forma sobre forma.
Viaje inmóvil al espacio creado.
Calabozo de cuerpos lapidados.
Dulzor en esta forma.
Copa profunda. Venus
con rayos de planeta.
Traspapelada imagen trasnochada.

Y de su luz, la luz
hiende
patios abiertos al cielo,
límites palpables, estos muros.
Cercanía a nuestros propios movimientos,
al paso medido, los pasos intermedios.
El aire libre al aire libre.

En el claroscuro de la ventana se vislumbran,
más allá del margen tangible que la contiene,
sobrevolando el marco de la ventana con la mirada,
los rostros de la gente.
El rostro. El astro
arriba descolgado en la mañana.
Y la visión recae
con temeridad impositiva que cosifica
adjetivando objetos en la memoria,
las palabras: la ciudad.

Ciudad
que se repite en la mirada.
Ciudad que se recrea en los objetos,
en los sujetos,
ciudad
en cada paso. Mientras,
la vista muerde, atenaza
(dientes como papeles
flamean en el aire desatado):
paredes,
muros irrefutables,
ciudadela enjuta,
sombría de tanta luz,
soledad de soledades
recompuesta por los ojos,
vista.


V

Clara, celeste, burda, la imagen se nos entrega
tras la pupila.
Lujosos desiertos aquellos patios.
Baldosas que recubren los cuadrados, cubículos
entre el sillar de ser tan fuertes.
Carcomido el viento,
a la volanda, raudo entre las sombras, a solas, boga.
Batientes como papeles en la tarde
se detienen a la deriva con el viento.

El declive paulatino de la luz
ante la noche. Oscuridad.
Y las aristas se sacuden y entrelazan .

Moradores inconsútiles, aquestos pasos.
Y a todo esto, ¿cúya la membrana
que se humedece ante los colores vistos?
¿Cúya la piedra que rasga
la visión indemne como escamas?
¿Cúya la pared reducida ante la perfección
de la línea que se impone al borde?
Quietud. Patios embaldosados en cuyo centro
la vida fluye
como cantos rodados de ojos y agua.

Claridad en la mañana
polar.


(*) Mándala, como poema solo, mereció el Primer Lugar en el Premio por el Año Internacional de la Juventud, organizado por la Municipalidad de Arequipa en 1984. La versión preliminar de este poemario mereció en 1992 el Segundo Lugar en el Premio Anual de Poesía convocado por la Municipalidad de Paucarpata/Arequipa.






POBLADO


I

Árboles encendidos
por la luz de la mañana.
Callejuelas empedradas por el sol
que se angostan con el correr de la mirada.
Palmeras dibujadas por el viento
saturando el silencio de la plaza .

Ante estos cerros se yergue el orbe,
la piedra áspera de estos muros,
la cáscara reseca de estas casas .


II

En su edad, la ventana,
con ahuecada voz,
se reduce a una discreta transparencia
de cristales, cada uno como un reflejo de sol
en pleno día, cada uno
con un reflejo de relámpago sorprendido,
de vacío condensado.
Vidrios en cada destello,
destellos como palabras
acertadamente pronunciadas, recorridas
en cada vidrio,
a cada paso,
en cada palabra.

Ventana:
Esperanza hundida en contingencias,
figura que brilla por su ausencia
del muro que no es y se resiste
a ser
gallardete virtual entre la nada.
Remanzo en el vacío,
estanco de luz en la mañana, ventana,
no eres nada al tacto y a la vista :
amasijo de ser aferrándose a los ojos que,
mansamente, dan ser con la mirada.
Tu marco y maderamen, ventana,
materia y continente simulados, son
perfil fugaz que, sin embargo, era.

Abrazada inconsistencia en tus bisagras,
oquedad en el muro que sin ser existe,
ventana, eres
fugacidad perenne,
alborozada inconstancia mordiéndose la cola,
para vender tus sueños engolfando navíos
en el horizonte, el viento y la mañana.


III

El aire seco
transita por las calles despobladas,
restregando su espinazo, su lomo furtivo,
entre el cableado y el vacío del camino
para posar sus patas de soplo ensortijado
en el rostro más fiero de la madera austera.

Mas, de vuelta de la muerte ,
dando un vuelco en sus giros,
el viento se troca paloma
y posa su corazón emplumado
en la cornisa más ardua
de una pregunta escueta .


IV

Poste de madera:
concreción plantada en nuestra acera.
Pelamen destilado de madera resuelta.
Por ti camina la luz como quien guía
al óxido que te corroe bajo el azul del cielo.
Poste de madera,
cuerpo desastillado por el tiempo.
Sinuosidad perfilada
en cada trecho.
Tu cuerpo es dulce
morada para los insectos.
Tu piel erguida sobre el asfalto
es un muñón estéril asolado por el viento.
Y cada una de tus astillas, parco madero,
es una hora que pierdes
lanzada al vacío de la tarde.

Viejo poste:
Quietud en la paz
que nunca reverdece.
Tú guardas el tiempo
alojado en tus ranuras.
Y bajo tu melena de cables,
poste escueto,
tu Ser
es muerte vapuleada
por el viento.

Viejo poste:
Sueño de ser noche sobre los bajos techos.
Tu pelo apuntala las nubes, maderamen
o anhelo de materia iluminada.


V

El aire electrizado
transita por la tarde
y un vaho de eucaliptos
perfuma las palabras:
El viento se renueva y
su cuerpo sale y calles
de pronto desbocadas
ululan con el polvo
afín a las barandas.

Viento de la tarde:
una quieta polvareda gira en torno de tus pasos
pero, pese a todo, tus ojos no se rinden.

Palmeras,
ojos secos que niegan a la piedra.
Sus retinas respiran mientras cantan
fatigadas por la tarde,
transidas por el aire,
mientras su cima reverdece
llenando con sus hojas
la luz de nuestros días.

Viento:
Eres sombra sobre un muro
cogido por la mano de la tarde.


VI

Cielo por nadie visto,
en esta ciudad de rostros apagados,
en esta ciudad de muros lapidados,
en donde se riza el aire
sobre la piel de las sombras y la piedra,
tú surtes por la tarde para ocupar tu sitio
esperando tu ocaso de ser reconocido
y así llenar tus gamas de vida colorida.

Celaje frecuentado por el aire:
En ti pueblan las aves de la tarde
para agitar sus alas
al viento contigo enaltecido.
Ráfaga de viento:
innumerables muros erizan tus caminos
colmados por las tardes colmadas
por los rezos y ,
y una torre, a lo lejos, aguarda tu presencia
para que en tus requiebros de plumas y palomas
refugies tus latidos por entre sus ventanas.


VII

Piedras,
palabras de los muros
sobre los que descansa
el ser de los celajes.

Un aire, armado en ventolera ,
irrumpe en tus designios,
luz, calor iluminado
que mora en esta iglesia
en donde las palomas ,
al fin enaltecidas ,
descienden de los vanos
y la marquetería
y atienden la liturgia
y esparcen su plumaje
mirando en su atalaya
de bóvedas compuestas
y ventanas monacales,
el pórtico y las naves
cerradas por los muros
o el rito de las manos
cercadas por la capa
y la luz de una pregunta
velada por los rezos .

Entonces luce el hierro su forma en candelabro ,
calado en sus ribetes y su negra tesitura,
y el aire descansado camina por el aire
trenzado con las llamas en metafísica armonía.

Y en tanto su luz se licue,
un lienzo, una pintura ,
palabras de siempre oscurecidas,
de pronto se decantan en el cuenco de uno ojos
y encienden sus colores:
por ti relampaguean.






DIA

Al amanecer, la paz vegetal
crea un ambiente de dicha entre los grandes árboles ,
y un parque escueto recibe
al viento renovado tras la noche ardorosa.
El oscurecido boscaje de la noche anterior
deja con discreción su lugar
al aire iluminado del alba en la mañana:
Un aire que es sólo aire
en tanta claridad transparentada.

Levedad aérea la de las ramas sensibles
al viento y a los muros y al rumor
de su follaje pasajero.
Desde la escala de los árboles las hojas
se ofrecen al temprano verdor de las horas
sin más reclamo que su gratitud
a la vida renovada.
La raíz apurada del viento en la mañana
es cortada por el frío desplante del follaje
que no acompaña ni al aire ni a las aves que parten,
al hilo del viento, haciéndose
a la idea del olvido.

El viento ciñe entonces a la ciudad entera
por la cintura de una columna perlada de rocío;
ciudad océano, ciudad o mar o acantilado
o aire enmarinado por el nuevo día que se anuncia.
El cielo inmenso toca a la ciudad sobre la tierra
y sobre el árbol y su sordo crecimiento entre las ramas
remeciendo el corazón de los animales alados
que pueblan sus mil doscientos treinta y cinco rostros,
rastros de hojas, rastrojos,
provocando el lento reverdecer
de los fresnos con su vaivén.

Ante el paso del viento,
el camino se reduce a intrascendencia o vanos
de las puertas, y la continuidad de las paredes
se troca en peatón tardío
perdido para la gente y la arquitectura.
Ciudad, cuántas viviendas encajadas en tu haber.
Viento, casas sin árboles comparten
tu soledad en el desierto estático
de la ciudad en cuyas grietas te refugias
y en donde calles suceden siempre a otras calles.

A las doce del día
la tierra alza los brazos al sol
y da la hora sobre las paredes caleadas
de la ciudad incólume,
pese a la rutina que, por lo bajo,
la hormiguea y la desgasta.
Con su porosidad intacta,
carbonizada por el viento,
blanqueada en el recuerdo,
de este modo siempre habitada,
la ciudad, ese desierto exaltado en las mañanas, y
a pleno día, bastión que es morada, jungla, levadura
de panes por venir, o sal
que se nos queda impregnada en la garganta,
la ciudad se agita, se agiganta, y sólidas atalayas
se dibujan a lo lejos: la presencia de una iglesia
se anuncia en esta historia.

Pero no sólo ella
descansa en la mañana. También una tienda nos enseña
con sus cuerdas y sus postes, que no marchan
árida en el entorno árido,
sobre un breve lecho de piedra y argamasa.
"Cerrajería", reza
un letrero. Y el horizonte retraído
sobre el terco asfalto
es el anuncio de la imaginación vuelta materia.
Bloques de piedra en torno al viento. Bloques
uno a uno unidos;
palabras que dan en el blanco de los muros
como sombras impalpables, mientras a la distancia
insoslayables atalayas en esta región arcana
anidan pasiones como proezas,
espacios de nuestras soledades,
laberintos del sueño de una tarde que se anuncia
a medida que crece su sombra
en el blanco de una penumbra que camina.

Sombrías son las tardes
cuando el viento las colma o desvanece.
Las hojas palpitan
tras su verdor contra las horas
y la tarde fatigada mira al cielo
alzando su cabellera deshilachada y se sacude
de su letargo mientras vuelan
imperiosas convicciones de racimos y destellos,
de aves abiertas al cielo
que agitan el aire cuando surte la tarde entre sus alas
decantadas con el dulzor de la sabia en su plumaje,
y, en brazos del aire, untan su sombra en vericuetos
sobre el pellejo de las piedras quietas.

En el alba de las casas enormes,
bajo la misma noche en que anidan temores,
entre las manos que el viento acaricia,
sobre la marcha del viento,
una plácida arquitectura surte callada y luego habla,
enriqueciendo los silencios del viento y de los árboles
con una suerte de mayores silencios enterados
que son como la voz que todos oyen cuando en verdad escuchan.

Es entonces que se agolpa en ella,
la arquitectura, el caminante que la frecuenta
con su paso roído por el tiempo,
deshilachado, raído de tanto andar con la penumbra
y los días y sus luces anunciadas; la frecuenta
con su retrasado paso maduro,
y transita por sus poros planetarios
mirando en ella como quien pisa la noche o quien pisa
el cauto reverdecer de la hiedra entre sus vetas
como una melódica caricia de viva cal y canto .
Calicanto.






FUENTE


Esta noche la luz aflora
por entre muros blanquecinos
curados por las sombras
y teje una urdimbre de plata
que reverbera sobre las hojas quietas.

De pronto se observa cómo
la impaciencia de la piedra
se resuelve en agua
y estalla la oscuridad
en círculos concéntricos.

Cae entonces el agua
en el pozo de esta plaza y baña
a la piedra antigua,
a la poblada piedra del muro cóncavo,
a la habitada superficie donde moran
el musgo y las bacterias
eléctricas y espaciales.

En torno a sus espasmos
el agua se remansa
y tejen los insectos,
de pie bajo la luna,
su canto atribulado .

Y el rumor del agua
que reposa, es como un pedido
a la luz para que irrumpa
sobre la abotagada quietud
de esta agua encenagada.

Hay reflejos en el aire
en esta noche austera
en la que a solas, a la deriva,
se agita el mundo entre sus hojas.







.

PARAFERNALIA (*)

(*) Con la versión preliminar de este poemario, el autor obtuvo Mención Honrosa en el Premio Nacional de Poesía Copé 2005. Este mismo poemario, desarrollado en su versión final, obtuvo el Primer Lugar del Premio Internacional de Poesía Javier Heraud 2009.























(**) Bernardo Bitti, Virgen con el niño, óleo sobre lienzo, Iglesia de la Compañía (Arequipa-PERÚ).


ÓLEO 1

LA VIRGEN CON EL NIÑO(**)


I

Como huésped de la tarde la contemplo .
Mi existencia, persistencia reiterada, virtualidad en fuga, vana
como el vano de una puerta, se confirma
cuando miro mis cuadros, me justifico y me mantengo.
Soy Bitti, Bernardo y muñón
de tierra que fui y hoy transito
como exceso de luz perdida y ecos
que se repiten en las naves, travesaño y maderos
de este templo y en las molduras,
el revoque y el polvo que levantan las alas
batiendo sobre mí al compás de unos rezos .

Soy Bitti y, mientras hablo, habla el comején y deja
metafísica viruta tras sus pasos, alambicada
teología de teologías en vericuetos de madera
cuestionamientos razonados que minan los marcos y ,
marcas orlando los óleos y las bancas
para undir las naves de este templo que se apaga .

Soy Bitti, pintor de inopinada quietud y una vida
anclada en el pasado, imago de horizontes retraídos,
espectro que deambula entre el espectro
de mis óleos que pueblan este templo
para siempre.


II

Soy Bitti, pasajero de la vida y los contemplo: Las tardes
colorean los muros coloreados por óleos
que imponen su esencia sobre la pared,
imágenes endurecidas, acartonadas imágenes
bajo la pátina de mi voz y la textura
de estos cuadros en cuyas grietas
de tiempo y polvo me refugio
y escondo mi palabra para ver
a la Virgen con el Niño entre sus brazos,
desnudo de malicia y de ropaje.

Sobre ese cuello
largo, como largas son las noches y mis horas,
su claro rostro y el del Niño, enmarcados sobre el lienzo,
son astros de tierra dibujados por mis dedos. La almalafa
de María, con colores recompuestos, le confiere
una contrita soledad a sus manos que descubren
la textura de las cosas tras el paso de los días
mientras ladea el rostro junto al cielo
apoyando su faz sobre este reino .

Soy Bitti, e intactos,
como la intacta imagen de su perfil ante mis ojos,
los dedos de María esparcen un poco de rocío,
de por sí diseminado, en el templete inmóvil en que yace,
geometría habitada o torno vivo, ella
cuando cae su brazo sobre el alba.


III

Entonces, la peregrina hueste de este mundo
se agiganta y oradores, fieles aradores de pasión dulcificada,
cantan tras los cirios que encienden este templo
la oscura luz de las naciones, racimos de fe en cada pecho, regiones
insobornables de temor anclándose en la nada de esta nave
que parte al garete de esta iglesia, conmoviendo jurisdicciones
que pueblan bancas con murmullos poblados de sentidos
mientras mi soledad, en la oquedad aparatosa de este templo,
plagado de rezos como el rizo del Niño que obsesiona mis pupilas,
contempla su fenecida luz y acaricia los días.

Mi voz, áspera para la rutina de este mundo ,
despabilada, se resuelve y canta:

(Piedra lunar.
Nuncio de los siglos.
Hueso marino por el que rota el alba
como altarete iluminado en el que posa sus ojos.)






EL SACERDOTE


Bajo del protocolo de este mundo
y la vergüenza de perfil, visto de rojo
con el corazón incendiado de pasión, encarnizado
en medio de estas ropas en donde mi ceguera es
oscura luz para mis ojos terrenales, imperfectos
como el imperfecto cuerpo que soy y los incluyo
diseminado en cada paso, en cada gesto que gasto,
regusto de tiempo que dejo en esta iglesia. Y,
como todos los días, en la casulla enfundado,
camino hacia el altar hecho de piedra y sacrificios
para dar la liturgia de este reino
callado que me espera.

He seguido las molduras de este templo palmo a palmo,
talladas por una aguda teología de piedra cincelada .
En este templo de grutas recónditas, de rincones encendidos ,
incendiados por la luz de las naciones,
mis pasos adelgazan al aire y la distancia
con su maquiavélico frufrú de
parafernalia, rito y bastión
poblando la hondonada de esta iglesia que cobija
pasiones, palomas, misterios y temores
acurrucados en los lunetos y peanas y en la fe del esperma
que mana del oscuro calor encendido de unas velas y
cuya luz es vano murmullo para mis ojos
encapotados como el encapotado que soy,
de pie ante este altar, y que conversa con el aire.
.
Sobre el bastimento irrenunciable de esta iglesia
un viento aleve transcurre en la ventana del
alto coro y trae, en sí, una paloma,
zureo encarnado o verbo que vuela y que transita
acezando sobre mí y mi palabra, simulando
la envergadura del viento entre sus alas.
No siento su luz iluminar como una sombra
mi triste cuerpo, ciego a la vida y a la muerte.

Sus alas esparcen sobre mí tal vez alguna luz,
una esperanza, fina pátina de polvo contrito, recogido
de estas bóvedas y piedras sobrepuestas, repletas
de excrecencias añejadas por el tiempo .























(***) Bernardo Bitti, Las lágrimas de San Pedro, óleo sobre lienzo, Iglesia de la Compañía (Arequipa- PERÚ).


ÓLEO 2

LAS LÁGRIMAS DE SAN PEDRO(***)


Petrificados, Señor, como mi nombre, estamos
los dos en este instante de patética agonía.
Las sombras son ya muros
que nuestros cuerpos anteceden,
sujetos a la fuerte osamenta de esta viga.

Soy piedra y, sobre esta piedra, yace
mi triple culpa sumergida en esta sangre,
en esta carne torturada que contempla
tu torturada carne que late y agoniza
bajo estas cúpulas estáticas, hundidas
en lóbregos azares, concentradas
en dovelas y lacónicos farallones
de argamasa y piedra,
recónditos y espectrales.

En soguilla, como las cuerdas
que muerden tu carne y la columna
que te ata a este mundo, este reino, plagado
de oprobios y de hombres,
así también se muerden y entrelazan
austeras, las piedras y los muros
de este templo que soy
negado a la luz de tu mirada.

Orando, espero la mañana,
premonitorio réquiem en las entrañas de esta iglesia,
caverna que enaltece los sentidos
con su repicar bruñido de campanas, quedo
aquí postrado de rodillas
bajo tu desnudez doliente, hiriente
en esta culpa mía que es inútil
palio para tu mirada y mis lágrimas.

Las imágenes que somos y que habitan
en este cuadro, en este templo,
dormidas en su forma bajo
el fatuo fuego de estas grutas y
estas rocas excavadas en la culpa
que son, entre mis manos,
súplica feraz, como el trabajo
de la mano del hombre,
bóvedas deformadas por la sombra
y el dolor de ser humano
que soy y que confieso.

Mi súplica ladra
a la entrada de estas naves, roza
el viento súbito y las vigas. Aguardo
tu luz encerrada, tu perdón,
para ser el pendón reivindicado de tu Iglesia.

Oh, señor, anuncio tu muerte y proclamo
tu perenne vicisitud en este templo,
este cuadro y la columna que ata
tu dolor crucificado prontamente.
Mi cielo es tu suelo y, aquí, yo rozo
tu compañía, tu mirada.
Suplicante, permanezco.







LA PALOMA

I


En esta oquedad umbría reposa mi vuelo.

Envuelta por los labios del viento,
de vuelta del tiempo y las palabras,
he atravesado el orbe,
la urbe cálida del sol y la mañana
y vengo a posar mi ser de siempre inmaculado
sobre el alféizar que me impone este mundo:
Una iglesia.

Iglesia,
templo a Dios gracias
puesto en mi camino:
Penetro en ti como quien entra
en un tiempo limpiamente ensortijado
por las piedras de la fe y los rezos
que subyacen a esta arquitectura.
Por fin llego a ti
con mi inquietud a cuestas,
y desde aquí te observo,
desde ésta mi emplumada piel,
fiel a ti y a tu cornisa escueta.


II

En esta transparencia
deposito mi Espíritu.
Alzo mis alas al vuelo y cielo
ya no perciben mis pupilas.
Dovelas de sillar do se forma
el arduo bovedaje.
Cielo dormido
en tanta piedra encapsulada.
¿Para qué las alas
si el aire ya no gira y sólo arde?
¿Para qué la luz, que muerde candelabros,
si las quince velas que encienden tenebrarios
oscurecen el oficio salmo a salmo?
En este mundo de techos agrietados
he seguido a las altas
molduras de revoque maltratado,
he agitado mis alas entre áreas
como el nido de un árbol,
abiertas bajo el luneto donde
existe una peana dormida entre cristales
o donde yace esparcido: pluma pulmón y polvo
de paloma,
y enaltecida en este instante,
he descendido de mi vuelo y elevado
mi vista al demorado mundo
de este templo.


III

Sobre el retablo del altar
perduro mejor. Camino
sobre la piedra y la madera
y sobre el pan
de oro que otros miran
dorando los tallados.
Desde mi nicho labrado en eucalipto
contemplo a todos con ojos de verdad
condescendientes, y zureo bendiciones
nacidas de mi pecho acurrucado,
siguiendo el protocolo de este reino
en que sentidas, colombófilas, se alzan las manos
hacia mí.

Montada en el lumen donde anidan las palomas
mi cuerpo se decanta en sílfide aleteo
y en medio de este río de cantos
y alabanzas,
mi vuelo se retrae en altos miramientos
y observo con pupilas recién elaboradas,
y entonces me pregunto: ¿Para qué
el rito y la liturgia, de manos sin memoria,
si el aroma de la lava se deslíe en los sentidos?
¿Para qué la luz y la palabra, veladas por el uso?
¿Para qué la piedra y los cristales
robados por el tiempo y los lamentos?
¿Para qué el frío y la penumbra poblados de rutina?
¿Para qué el polvo y las pinturas zanjando sus dominios,
si ambos son de tierra u ocre colorido?
¿Para qué el sol y mis latidos:
para qué la luz y sus renuevos?

En esta oquedad sombría deposito mi cielo.
Y la luz despabilada que esparce mi palabra
es como una diáspora
rielante en una frase
de Misa o Despedida.




















(****) Bernardo Bitti, CRISTO RESUCITADO, óleo sobre lienzo, Iglesia de la Compañía (Arequipa-PERÚ).


OLEO 3

CRISTO RESUCITADO(****)


La Compañía de Jesús
percibo en esta iglesia.

Como quien levanta una mano contra el aire,
así levanta él el cielo entre sus dedos,
y vertical, sobre la tierra,
el lábaro flamea junto al viento, y otra mano
apenas percibida, roza el mástil del pendón soliviantado
que por ella, con ella,
lo mira a él y palidece, como un velo en oración.

Así, entre un paso y otro,
como insondable equilibrista de la nada
permanece.

Parece
que sólo su palabra transcurre con el tiempo,
sólo su palabra, como aurora boreal que se desplaza
con el hilo de la palabra y canta
con luces fugaces lo contrito
y austero que, en lo diverso, se conserva,
queda.

Envuelto en un aire de manto ampulosado
su cuerpo permanece, se yergue y está vivo
con la llaga del costado abierta que no mana.
Cielo de agua fuerte, tus azules se degradan
en un tímido celaje, difundido en solo un plano
que mil planos él contiene.

Envuelto en un aire acartonado,
su cuerpo se levanta en esta iglesia.
Lo pinté resucitado y yo perduro
deambulando entre las bancas de este templo.
Lo pinté desnudo en su palabra. Lo pinté
envuelto en un aire de nobleza
-cardinal en el color, y en la pasión, glorificado-.
El manto le concede una extraña soledad.
Pinté
celajes repartidos claramente
(sus colores disipados con el aire
removiendo sus matices palmo a palmo).
Pinté
un cielo que clamaba
por acaso alguna nube en pos de la mañana.
Pinté
azules degradados sobre el rostro que los alza
por encima de estas cosas
terrenales, mientras
se establece el mundo entre sus pasos.

Y el mundo
no es sino una escamoteada escaramuza en la palabra:
tan sólo una ráfaga de viento que camina,
hojarasca que cruje en los talones,
como otoñal presagio de la vida que termina
perfilando su sombra y ser callado.

Mas, de pronto, una duda transita en mi palabra,
y en la tarde sus colores se esparcen con el aire
conmoviendo sus matices por etapas.
Entonces me pregunto y :
¿Dónde está la fuerza de su ser resucitado,
si su cuerpo está vacío de vida y vestiduras
y el viento y el celaje transitan sobre él?

Por eso
yo me enciendo en los hacheros y
de los pies a la cabeza, de pie bajo estas piedras,
y escuchan las palomas, con formas de vocales,
mi voz como un responso o soplo colorido
que surte en balaustrada,
o ráfaga de viento que esparce su plumaje
y el polvo escatológico de mis necesidades .

Y, a todo esto, esto
que habita en mis andrajos no es
sino miseria hecha de carne en tanta soledad,
–embobado reflejo de cántaro en la fuente,
cuenco en la mano deslumbrado ante la nada
(pretensión de ser mar entre los dedos infantiles)
cuestionamiento de cuestionamiento hecho palabra,
pedante articulación fonética que camina–
vano aullido de perro filosófico
adherido a la duda y la palabra.








COMPAÑÍA

(Diálogos del pintor y la paloma)


BERNARDO BITTI


La noche cubre los contornos burdos de paredes lejanas
con un manto de misericordiosa opacidad
cerrando puertas, callejones y pestañas
de ventanas monacales ya dormidas.
Barro hecho cuerpo, pies descalzos y quijada
en tanta pared, piso y batiente
conquistada por la mano feraz del hombre ,
la plomada y el badilejo cierto.

El roce del aire contra el aire
leve, quieto, encapsulado en estos muros ciegos,
de noche ante la noche insobornable,
respira quedo como un susurro empobrecido.


LA PALOMA

Bitti, Tu leve luz persiste aún
en el fondo del pozo en que mirabas, aun
en el aire tibio de este patio breve,
alevemente encapsulado por los muros de
porosidad inconsútil como tus manos,
inmarcesible textura de luz y
sombras de luz sobre tus párpados idos.

Como un recuerdo que apuntala presentes,
aquí habita solo
la presencia de tu luz ante la noche,
el suave toque de tus dedos fantasmales
sobre sol, cielo, tierra y cosas terrenales
del lienzo cuando pintas.
Aquí radicas.


BERNARDO BITTI

Ante el horizonte retraído descubro
mis manos a la textura de las cosas.

El sonido de las campanas tiñe
el sillar del templo, tañe
sobre las piedras blancas y su simetría
de reptil fríamente estático. Tañen, digo,
sobre el correr del tiempo,
como vibrante cardumen en el oscuro
mar de una oración.

Los quedos ecos quedan, se repiten y se apagan y son
como el suave rumor del viento sobre mi cabeza. Son
como el paso del aire tras el aire,
la mascarada que en mi espectro determina
a mi pelo entre las cúpulas y el viento.


LA PALOMA

Bitti, la luz añosa –que eres y que habitas–
repta, tiembla, a horcajadas
posa su rodilla sobre la porosidad del muro y hace
de la constancia un mudo sacramento.
La oscurecida luz que habla
mana por entre la tarde envejecida,
y en su pátina de bronce tibio
–aquel que fortalece muros y calienta hogares, aquel
que cura con su totalidad impertérrita
el pellejo de las sombras yertas–,
se recompone, habla.


BERNARDO BITTI

Campana ,
superficie pasada por el tiempo,
sopesada campana que en tu vaivén
contienes al aire con un tañido
teñido de metálico afán, reiterativo .

Campana, al escuchar en la noche
tu pesado y magno y etéreo movimiento
de tierra fundida y coagulada, estrellarse
como un meteorito y morir, morir
estallando y cantando contra el aire, siento
aletear la sangre del hombre que yo era, y aletear
pluma, plumón y polvo en el oscuro y magro recoveco
de este templo de bancas y palomas, y siento y
aletear el aire en lo oscuro, magro y vano
de esta quimera celestial de aire y soplo inútil
que hoy ya Soy.


LA PALOMA

En esta noche pretérita y lejana
de siglos y siglos ya dormidos,
en que me empeño en ser muñón estéril
de esta arquitectura (balsámico,
inútil puñado de plumas en gargólica congoja y ,
colombófila maraña de ser perecedero,
o rostro picado e inconcluso de un muro ciego en plena calle),
solo el canto de los grillos conversa con el polvo ,
como un amo de signos que pregunta y se responde.
Y, con el viento, desnudo en esta noche, aquí dejo
mi zureo quedo .
Aquí perduro y permanezco.
Yazgo.


BERNARDO BITTI

En el aire encantado de la noche quieta
levita una campana y ,
como perdurable coágulo de sal en mis retinas,
ante ti, como ante el Espíritu Santo, confieso y
mi ser enamorado, aire enamorado de quien
restaura mis cuadros y mi ser, mi recuerdo
por aquello que vivo y me recuerdan,
mientras permanezco inevitablemente
cambiando y siendo el mismo.

Aquí espero.


LA PALOMA

Estás aquí, Bitti, y contigo hablas.
Miras en el fondo de ti mismo y a través de ti
se transparentan los recuerdos.
Su nombre, ¿Isabel, Perséfora, Eduviges,
Encarnación de tus propios miramientos?
Qué importa. Innominada en tus recuerdos,
ella perdura, habita y canta. Restauradora
de tus ojos y tus manos,
pincel con el que sus dedos te trabajan,
vertical como el lábaro que toca ,
retoca y baña con el color de su mirada.

Pintora laureada por la noche
de estos cielos plagados de cenizas.
Cóncava tersura de planeta palpitando ,
en estos muros la hembra habita.
Torno vivo, ahueca su casa y coge
las tardes en sus manos de piel teorizada.
Niña de siglos futuros,
hechura de una más perfecta soledad,
luz empolvada de una estrella distante,
unta sobre tus cuadros almagre encarnado
donde posar sus pies
anhela.
En su canto se refleja la mañana y las tardes
envuelven tu palabra.


BERNARDO BITTI

¿Dónde está el arquero del arcoiris?
Tu iris, niña,
señuelo de mil colores bajo el arco
superciliar de sus destellos.
Lágrima o luna o mar,
bastión insobornable donde pisas,
posas tus pasos, tu mirada.
Seguiré tus huellas por el aire
-alambre de fuego,
escueta figura que trasciende el aire
y que me incendia en sus renuevos-
dejando una cicatriz por el viento
-al viento por ciento-
una huella insondable,
la impronta tenaz
surcando en el vacío
de tus ojos.

Y tú, niña
al fin, te refugias
en la cuenca de tus ojos,
en la cuenca
infatigable de tu mirada.
Ríos inagotables brotan
como caudal perenne de tus párpados,
pardos páramos encumbrados,
pandos en la luz de tu retina,
retinta luz en la luz que eres
y caminas.
Sola, callas,
desoladamente, mente desolada,
tus ojos ya no pintan, ya no cantas,
ya no pintas, niña, sólo callas,
en la niña de tus ojos:
tu mirada.


LA PALOMA

Sus ojos no se posan sobre ti: transitan
de largo por entre tus entrañas
de imago enamorado, claramente
inexistente, y bañan
el cuarteado pellejo de tus cuadros apagados,
y es así como sus ojos
en el marco acaban.

Es tu imagen la que habla
Con brotes de contenida prontitud :


BERNARDO BITTI

Sus cabellos caen sobre mí como la arena.
Escribo en su cabellera al viento
–el fuego deja en las grutas de este templo
recónditos rincones encendidos,
haciendo de los muros, muros ciegos
como el ciego sacerdote que camina .

Nada podrá jamás satisfacerme:
Ni la vida que perdura en su palabra,
ni la luz que corroe nuestros cuerpos,
ni la luz que recrea los objetos,
nada podrá jamás satisfacerme.

Nada podrá jamás satisfacerme:
Ni la vida curada por la sombra,
ni la vida que recuerdo en los objetos,
ni la vida que recrean los sujetos,
nada podrá jamás satisfacerme.

Mi corazón es un lagarto de bolsillo.


LA PALOMA

Con la luz despabilada que encaja mis pupilas, Bitti,
es tu imagen la que habla mientras yo
aquí esparzo mi palabra enmarcando este poema con
un zureo que no es lengua, pero habla.

Bajo la llama de sus manos se extiende el mundo,
se expande tu débil culto, el acurrucado murmullo
de tu vida retaceada en estos lienzos que hoy retoca,
ese espacio impreciso en que te pierdes con el aire
y la limitación del color sobre sus ojos.


BERNARDO BITTI

Mi voz áspera rasga el silencio al pronunciar tu nombre
y entonces te miro y toco con mis ojos las estrellas,
pendientes como telas de araña celestiales
contra el cielo raso de esta iglesia.

Restauradora de la vida, dame:
la limitación del color sobre tus ojos,
el agolpado murmullo que habita en ti,
como la exhalación o soplo que en un día
encendió la yesca de este amor.

Restauradora de mi muerte, dame,
celajes, un cielo contenido, contenido de puro cielo,
borbotones de luz encadenada,
la intacta imagen de tu piel ante mis ojos
soplando como un velero al viento y a tu piel.

Dame,
aquel murmullo tuyo
que habita allí donde tu vista recae. Dame
tu imagen intacta ante mis ojos pasajeros,
tu recuerdo que habita en mis sentidos mientras una
paloma sicalíptica, que habla
con el peso veraz de su palabra,
nos contempla con brotes de contenida quietud y alas
en verdad adormecidas, casi nocturnas
bajo la fuerte osamenta de las vigas,
y dice:


LA PALOMA

Yo sigo
con los ojos en procura del imago, lo oigo
tiritar de súbito amor, despavorido,
una frágil silueta dibuja su figura
y la sombra dibujada que él ya es
furtivamente se retrae,
su humedad oscura se desvanece
y cae.

(En la penumbra de su propio cuerpo,
agolpada de amor, contrita de carne, iluminada,
finalmente, la sombra duerme.)







.

ÁMBITO Y OTROS POEMAS

ÁMBITO

Porque te recuerdo doblemente ensombrecida
como a los vidrios diluidos por la noche, marcados,
intocados por el agrio hálito de la espera,
como a la línea que une los espacios,
como las noches vanamente inútiles y
grises como el gris que las entorna.
Porque tenemos la insondable, inquebrantable distancia
que nos une, esfera de luz lanzada en el asfalto,
inconclusa como tu propio gesto y como el tiempo.
Porque fluyes como un río y te detienes, exacta
tú, en tu palabra misma, y entonces
eres
salada como tu piel marina, como tu hombro curvo,
como una línea gráficamente demostrable,
como el ámbito que conformas con tu cuerpo:
conocida y siempre extraña. Remota. Tú.
Por todo esto, dime, si no es esa
la limitación de tu palabra ante las cosas.
Dime si no es este tu nombre, acaso.

(1984)





POEMA

Allí donde moran tus pasos
tú pueblas el aire en torno de gaviotas.
Tu voz habita el paisaje, como todos los días,
y se resuelve en el agua que por ti besa la playa.

Y para borrar tus huellas, sobre la arena quieta,
antes que caiga la noche viene un viento de lejos:
es la aurora vespertina que recorre la tarde
como un alba nocturna que secuestra la playa.

(1990)






ADENDUM

Tus ojos visitan las cosas, con el ocaso,
como el relente que habita la arena y el horizonte;
mas, de pronto, un súbito viento
transita en tu pálida huella y despierta
el rojo tramar de los cangrejos
que pueblan desde siempre en la playa solitaria;
es entonces cuando perdura el cardumen
que ilumina las aguas de tu orilla salada
con el brillo lejano de una estrella marina;
y mientras la oscuridad desciende
sobre la arena abandonada
y el furor del mar apaga
el último grito de las gaviotas
que escorzaron el aire dibujando la mañana,
en tu clara mirada los ojos del mundo anclan la noche
y mansamente tu imagen reverbera en el aire
como un rumor de siglos.

(1990)





RETRATO OVAL


Recuerdo tu figura
nítida y radiante como tu voz.
¿Se me olvidan los detalles?
(Mediodía,
hay color en las ventanas
altas al ramaje y a la luz).

Evoco tu cuello en el aire,
desnudo bajo tu frágil pelo;
el color, el calor, el tacto
de tu piel bajo mi mano sediciosa,
y tus ojos y tu boca, dibujados,
así como tu nombre sobre el papel que escribo.
Evoco eso
o tu recuerdo que perdura en mi memoria
caminando entre sus hilos como un sueño.

Pero, dime, ¿respiras? ¿Vuela
tu imaginación sobre párpados y objetos?
Entonces, siente la fluidez del viento
en la mañana.
Cante tu voz en el aire
que te envuelve en el entorno
fugaz.

(1990)





QUE DA SORPRESA A LOS DÍAS


Tiento de pronto tu sonrisa
entre mis manos presurosas,
como un jarrón muy preciado
y bebo en él tu voz
como un suspiro quedo
que conjura mis labios.

Y recorro en tu beso
la levedad de mi tiempo,
y descorriendo una nube,
como aligerando tu pelo,
voy resolviendo la tarde
bajo tu voz callada
que da sorpresa a mis días.

(2008)






PERCIBO TU SONRISA


Percibo tu sonrisa,
justo entre tus labios,
como una enredadera.

Te percibo a ti,
detrás de tu sonrisa,
como un brote de vida,
fresca, marina, tal vez salada,
como un acantilado
que cada tarde en la aurora
va refiriendo el ocaso
y reformula los días.

Y tras ese gesto alado,
como una gaviota aleve
descolgando las mañanas,
en ti, perduras intacta.
Clara, en tu sonrisa, eres.

(2008)





PUEDE VAGAR MI CUERPO


Puede vagar mi cuerpo,
con su mortaja a cuestas,
encendido y solo, murmurando,
con su soledad impropia,
como un galeón insepulto
en oscuros mares sepulcrales,
absorto e iluminado,
claro, bajo una tormenta,
anclado en este negro cielo,
insondable o circunspecto,
como una oquedad marina.

Sombra sobre sombra, inmóvil,
hueso sobre hueso, apabullado,
pulpa maltrecha y deshilachada,
como un terrón que se desangra,
así voy pasando en el tiempo
con mi sepulcral distancia
de velamen y madero corroídos.

Soy la tormenta agreste
que me hundió entre los sargazos.
Soy la pútrida carne
de esta madera anclada
a mi designio de ser
muerta materia de sueños navegando,
bogando quizá otros mares, otros mundos,
otras vidas, calafateando mi orgullo
que hoy ondea en la noche
como insepulto cuerpo
de irreconciliados mares.

Marinos muertos pudren
sus fríos huesos en mis cabinas
y suben y caen como las horas,
lentamente ambarinos,
con el líquido vaivén entumecido
de tus mareas espectrales,
hasta guarecer callados
sobre mi piel malsana
como un recuento de tardes
que retroceden las horas.
“Fueron otros los tiempos”,
Parecen decir los huesos,
“Yo no era este”, “Yo era otro”,
“Yo quería”.

¿Cómo cobijar el dulce
perdón que no atormenta los días,
y hace de la rutina
cura feliz a la infamia,
si mi sonrisa tiene
el agrio hálito de mi suerte,
signo feraz que me acompaña,
mácula tozuda que me aliña?

¿Puedo vagar por mi cuerpo,
como en un estanco abandonado,
recorriendo los rincones
angostos de recuerdos idos
y también las especerías,
estanques y vericuetos,
con sus colores marchitos
bajo la observancia cierta
de esta humedad repleta?

Para evocar tu paso,
vivo de ti enamorado,
mar, la mar, oceánica y marina,
tú, que lastraste mis sueños,
arreando mis mástiles rotos
y precipitándome a ti,
bajo este súbito, resignado canto,
contrito salmo que te alaba
como un brillo inexplicado
en esta, tu estación cerrada.

Estás hecha de sorpresas,
como una palabra alada o
el rumor de tu voz perdida,
que aun convence por las tardes
y persuade, alambicada,
al cardumen y a los animados
seres que te escuchan
sin tener agallas para negarse
al canto de tu caracola marina,
mientras navego en tus aguas
con mi mente siempre al garete,
fondeándome, reconcentrado.

(2008)






VERDADERA


Deambulando en el viento capturo tu sonrisa,
como un claro resquicio que me deja tu estancia,
apaciguando contigo mis vientos oscuros
y mis sombras perdidas y mi ser que se apaga.

Subyugando los días, como un caballo marino,
voy remontando las crines de tu marea salina.
Y confiscando tus pasos de convexa tesitura,
mi hálito marchito se disuelve en la tarde
viendo pasar navíos que trasuntan tus aires
y confabulan auroras y disipan los días.

Tú configuras la mañana de brazos extendidos,
dando magnitud al viento que toca tus mejillas.
Y pertrechando las horas con insolentados sueños,
vas por tu vereda salada reflejando tu imagen,
cargada de tesoros subacuáticos, confesando los días
y las noches fosforescentes de connotaciones perversas,
que son ascuas de fuegos perdidos que por ti fueron fatuos,
nadando con tus misterios y tus zonas prohibidas,
u orillando en ti misma, marginal y traviesa,
como un murmullo perplejo, de género, que reivindica
el aleteo inmarcesible de tu cintura marina.

Dando estatura al horizonte,
con tus pies
constituyes el mundo,
anclando con tu huella un orbe
de elaborados momentos en tus playas infinitas.
Y, en la neblina que convocas, al contraer tu marcha,
la cercana tesitura que acaricia tus labios,
disemina tu presencia y recoge tu pelo,
lamido y disperso siempre por las olas cumplidas,
y se amalgaman los días
en tus márgenes verdaderos.

El rumor fecundo de tu esencia marina
engolfa y configura, entonces, tu palabra en la tarde
dispersa como tus pies en el agua contrita,
cercana como un susurro de tu palabra cierta.

Verdadera.

(2008)





VACÍO


I

Que no se agote mi voz
como una oquedad vacía.
que no se agote ante el murmullo
de mis querencias y tus pasos idos.
Que viva siempre
alerta, en pie, impertérrita,
como un canto al canto del camino,
auscultando el mundo con un ojo,
ojo avizor que insistente otea,
niño vivaz, juventud preclara,
ojeando el mundo como quien hojea
los días cálidos y las tardes quietas.


II

Ida que hayas sido,
ausente que eres, infinita,
transitando en mi memoria,
alada, al lado mío,
puedo transitar tus pasos
aún en tu ausencia austera
y, con mi memoria,
perennizar tus pies,
descalzos sobre la faz del mundo.

Voy acariciando los días,
y acariciando tus dedos, te persigo,
geografía sinuosa
aún en tu detalle austero, y,
como un ruego terso, terso juego
que me embriaga en miramientos,
te contemplo, te deseo y digo:
¿Miento, tal vez, cuando afirmo
(afirmando mi palabra en tus recuerdos)
que eres dulce, salada y uterina,
como el festín marino con que habitas
este perlado cuenco: la mañana?.
¿Miento si digo, te suplico o ruego,
para que retornes tu mirada
como una plegaria que,
rodeando al alba la musita
con voz temprana o aun callada
para que, con calmosa brisa,
vayas construyendo madrugadas?


III
Como persiguiendo el día,
así te recuerdo,
vestida de aromas y sonrisas,
en esta callada liturgia
de los días a los días
de parafernalia plena.

Puedo alcanzar tus pasos y,
con mi voz, tu ausencia.
Puedo crear tu piel con mi mirada
y verte arder,
ejalbegada como la arena y,
como el mar, mojada.
Puedo verte correr
y perseguir la mañana
con tus pasos menudos
desnudando madrugadas.

Sin embargo, todos los días
vas recorriendo estas playas que te agotan
con olas y marismas y brisas que llegan
con un rumor de lejos y agrio sabor de tiempo,
engolfando en tus pasos la bisutería
de otras playas infinitas u olvidadas.


IV

Perenniza en tus pies estos lares que caminas,
breves pies ante el paso de los días,
y más breves, todavía,
ante la breve sonoridad de tu mañana.

Sé de tu perfume que se aleja,
bienhechor y cantante
como un cuenco de luz feliz
en el que habita tu mirada.
Lo siento como un oleaje que repite
la brisa perenne que te abraza.
Conozco tu figura que me ignora,
descifro tu recuerdo, que dibujo con palabras,
y enaltezco tu pelo junto al viento
aun cuando mi voz no te toca.

Pero te advierto y percibo aún
en las cosas de este mundo, pues, con todo,
sabré hallarte, salobre contra el viento,
caminando horizontes, salpicada de sal y de rocío,
sonriendo al mundo que, como un animal marino,
estrechas como un racimo de uvas
perdidas al fin entre tus dedos.


V

Joven, dulce, uterina,
plena de turgencias,
posible y pasible de ser,
vas recorriendo horizontes
con tu sonrisa al aire,
vas como una bandera:
al viento y premunida de vida:
ondeando, quedas.

Y, despabilada,
Como un relente siempre,
Iluminada, siempre,
etérea y aún contrita,
siempre, siempre,
escuetamente, siempre,
reiteradamente,
en mi mente, reiterada.


VI

Configurando el planeta sobre lo que tocas,
tú vas
(bruñida de mundo, congestionada de vida,
repleto el corazón de eras terrenales
y espacios con los que bifurcas la mañana),
tú vas,
tocando la tenue superficie de los días,
o, como el canto de un árbol que al viento acaricia,
de mar y pleamar plena
(nadadora y acuáticamente femenina),
te levantas con la mañana y eres tú
la mañana misma que comienza,
el regalo matutino de los días, y eres
desde tus acantilados infinitos,
desde tus ondas oquedades submarinas
y, también, desde los confines de tu esencia diurna,
matinal y contenta junto al viento,
claro sueño que ilumina los días,
fuego ardiente que renueva semanas,
o el canto temprano que refresca los meses, y,
año a año, lustro a lustro, vas amortiguando
el paso contrito de las tardes y
la confabulación constante
del día que escamotea al día
persiguiendo al tiempo que lo guarda.

(Al viento,
tú vas rizando la mañana,
como los rizos, que, con amor,
te rizan).

Sin fin,
en ti, habitas.

(2008)





CREPUSCULARIO


He vuelto por el reino en que anduve
habitando los días como un racimo enjuto,
demorado racimo de viento taciturno
o de ceniza queda.

He vuelto, con mi palabra vieja,
corroída adherencia de lo efímero a lo efímero,
lacónico suspiro del aire que recorre
las hojas infinitas que constriñen el viento,
para que, mientras tanto, sobre lo pedestre,
se consume la vida cortejando al tiempo.

He vuelto, sí, como mi palabra y basta
para duplicar tu ausencia al pronunciar tu nombre.
Formulo, pues, en vano, tu esencia o te invento
en palabras que te invocan con oquedad genitiva.

Soy la estación que te aguarda al final de las horas,
el verso quedo que consigna tus días,
la suplica feraz que abandona las tardes
y suplicante aguarda tus crepúsculos muertos,
mientras, con tu palabra ausente,
abandonas mi vida.

(2008)







.

jueves, 3 de abril de 2008

LA CIUDAD SECULAR DE HARVEY COX








Harvey Cox Jr.


LA CIUDAD SECULAR, DE HARVEY COX[1]

"Concedo que somos capaces, inclinados y dispuestos a abandonar a Dios; pero ¿está Dios igualmente dispuesto a abandonarnos? Nuestras mentes son cambiantes. ¿Lo es tam­bién la suya?"
(Richard HOOCKER)


Harvey Cox es ubicado en la Historia de la Filosofía de Teó­filo Urdánoz (junto al obispo anglicano John Robin­son) dentro de la corriente de la Teología Secularista; cor­riente que ha sido utilizada por Neomarxistas como Roger Garaudy, al incor­porar en su discurso conceptos como la "desmitologización" de la fe bíblica y la secularización de la religión, basándose en autores como Karl Barth, así como en teó­logos de la muerte de Dios.
Es importante, por ello, remarcar la inclusión de Cox en ese contex­to de teólogos de vanguardia que presentan un cris­tianismo vol­cado en la tarea de promoción del mundo, en el empeño de elevar la dignidad del hombre y en el esfuerzo de liberación de todas las aliena­ciones que lo mantienen en su condición de objeto en vez de sujeto[2].
Profesor de Iglesia y Sociedad en la Divinity School de la Universidad de Harvard, Cox estudió y se licenció en las Univer­sidades de Pensilvania y Yale, obteniendo su doctorado en Har­vard. Entre sus obras figuran La ciudad secular, Las fiestas de locos, La seducción del espíritu y La religión en la ciudad secular.
Cox tematiza en su libro La Ciudad Secular el fenómeno de la secularización de la sociedad con­temporánea, exorcizando, en el transcurso de su exposición, las posturas fatalistas de aquellos cristianos que ven en la secularización de la urbe el sino de la decadencia para su fe y la humanidad toda. En oposi­ción a ellos, Cox ­vislumbra un nuevo comienzo para el cris­tianismo (afincado éste en lo que él viene a denominar la tec­nópolis), a la luz de una relec­tura bíblica despercudida de toda mácula contaminante impuesta por el sesgo de las épocas que pasaron (la tribu y el burgo), y bajo el amparo de un voluntarismo a toda prue­ba.
Esta relectura le permite a Cox identificar al pueblo de Dios en camino, a cuya historia se remite acudiendo a diversos pasajes bíblicos, con la comunidad cristiana establecida en el bullente mundo de la tecnópolis contemporánea o, como el mismo Cox señala: "La discusión pretende clarificar ampliamente que, lejos de ser algo a lo que los cristianos deben oponerse, la secularización representa una consecuencia auténtica de la fe bíblica"[3]. Así, la desmistificación del mundo natural se ori­gina ya con la Creación; la separación entre quehacer reli­gioso y quehacer político, con el éxodo, y la mundanización de los valores religiosos tradicionales, con el Pacto del Sinaí (en la alianza).
Cox entiende este proyecto de un cristianismo con un nuevo rostro para un nuevo contexto, como una liberación de los prejui­cios y ataduras que rodearon al hombre de la época presecular. En este sentido, la plasmasión de la ciudad secu­lar implica un avance de la humanidad hacia su plena adultez.
Sin embargo, la virtualidad de este avance lleva implí­cito también el germen de sus peligros. La petrificación del proceso de la secularidad puede convertir a esta en secularis­mo, enten­dido este último como una visión irreligiosa del mundo que, no obstante, asume ribetes de una nueva religión que atenta contra la libertad del individuo y se interpone entre la humanidad real, dada en la historia, y su trascenden­cia.
Es gracias a la dis­ciplina del cristianis­mo que se po­sibi­lita, para Cox, el impedir la petrificación de la secula­ridad y su consecuente desnaturalización en secularismo.
La Ciudad secular es, pues, la imagen histórica del reino de Dios en camino. Por eso, en opinión de nuestro autor, no sólo es posible ser cristiano en un mundo secular, sino que por medio de un cristianismo secu­larizado éste alcanzará por fin su verdadero rostro.
Pero, ¿Cuales son las características que tipifican a la sociedad contemporánea como secular?, ¿cómo debe entenderse la función de la iglesia en este mundo secular, a la luz de la respuesta a la pregunta anterior? y, finalmente, ¿cómo entiende el hombre secular a Dios y cómo manifiesta en su comportamiento tal intelección?.
En esas tres preguntas puede resumirse el desarrollo del libro, una vez puesto en claro lo señalado líneas arriba.
Cox responde a la primera pregunta diferenciando entre estructura y estilo de vida de la ciudad secular. Con res­pecto a la estruc­tura de la ciudad secular, Cox caracteriza a ésta como marcada por el anonimato y la movilidad de sus miembros. Y con respecto al estilo de vida que en ella prima, él contesta que es determinado por el pragmatismo y la profanidad.
La anonimidad, dice Cox, "ayuda a preservar la privaci­dad, que es esencia de la vida humana"[4], elevando las relacio­nes per­sonales auténticas a un nivel más alto de comu­nión, así como "el evangelio... nos libera para decidir por nosotros mismos"[5].
La movilidad, por su parte, ensancha los horizontes del individuo e inyecta dinamismo a la sociedad; pero, por sobre todo, nos acerca al concepto originario de Dios, dado por el pueblo hebreo, pueblo "nómada, esencialmente trashumante"[6].
El pragmatismo, a su vez, es entendido como la preocupación del hombre secular por la pregunta ¿funcionará?[7].
La profanidad, finalmente, es definida por Cox como la preocupación del hombre secular a las preguntas "¿Cuáles son las fuentes del significado y los valores por los que el hombre moderno vive su vida? ¿Son creados e impuestos por Dios, o los inventa el hombre mismo?"[8].
Como respuesta a los dos últimos puntos (pragmatismo y profanidad) en particular, y a los cuatro que componen el concep­to de ciudad secular, en general, Cox concluye enfáticamente que tanto "el pragmatismo y la profanidad, como la anonimidad y la movilidad, no son obstáculos sino avenidas de acceso al hombre moderno. Su mismo pragmatismo y su misma profanidad capacitan al hombre moderno para discernir ciertos elementos del Evangelio que estuvieron ocultos a sus precursores más religiosos"[9].
El estudio de la función de la iglesia en un mundo secu­lar, que da respuesta a la segunda de las preguntas fundamentales que se formula Cox en su libro, es emprendido en base a la elucida­ción de cuatro funciones claves de la iglesia contemporánea:
La función Kerygmática (mensaje)[10], por medio de la cual la iglesia anuncia la adultez del hombre, quien ha recibido la responsabilidad del mundo por encargo divino.
La función diakónica (servicio)[11], por la que la iglesia se entiende a sí misma en la tarea de la atención del hombre para la curación de sus heridos en sus laceraciones individuales.
La función koinoníaca (comunión)[12], por la cual la iglesia debe crear la comunidad entre los hombres, apoyando activamente a los movimien­tos sociales de su época que se empeñan por un futuro mejor.
Y, finalmente, la función del exorcismo, por la cual la iglesia extrae los malos espíritus de la sociedad contem­poránea, los cuales la tienen a mal traer en los ámbitos del trabajo, la cultura y el sexo.
En este contexto de una ciudad secular claramente definida y de una iglesia cuyas funciones están precisamente determinadas, Cox plantea el problema de Dios para el hombre Secular.
El hombre de la ciudad secular no ha olvidado a Dios, ni ha dejado de tenerlo presente en sus actos. Sucede tan sólo que ha dejado de encontrarlo donde lo encontraban los hombres de la tribu y el burgo. Este espacio figurado es hoy en día el cambio social. Es en el encuentro del hombre consigo mismo, en el rostro de sus semejantes menos favorecidos en el contexto de la injus­ticia social, donde debemos orientar nuestra búsqueda de Dios, parece decir Cox. Porque, como expresa el teólogo anglicano Richard Hoocker[13] en el epígrafe con el que empieza esta rese­ña, no es el ser humano el que determina dónde y en qué forma va a hallar a Dios, sino Dios quien designa los modos en que el hombre encontrará su comunión con El. De este modo piensa Cox cuando afirma que "Dios quiere que el hombre esté interesado no en El, sino en su prójimo"[14].

[1] COX, Harvey, La Ciudad Secular; secularización y ur­banización en una perspectiva teológica (The Secular City). Barcelona, Ediciones Península, 1968. 304pp.
[2] URDANOZ, O. P., Teófilo, Historia de la Filosofía. Madrid, La Editorial Católica S.A., 1985. Vol. VIII, pp. 84-85.
[3] COX, op. cit., p. 39.
[4] Op. cit., p. 63.
[5] Op. cit., p. 70.
[6] Op. cit., p. 78.
[7] Op. cit., p. 83.
[8] Op. cit., p. 95.
[9] Op. cit., p. 85.
[10] Op. cit., p. 149 ss.
[11] Op. cit., p. 154 ss.
[12] Op. cit., p. 166 ss.
[13] Paradógicamente, así como Cox ha consagrado su estudio a la reflexión de la Iglesia y la Sociedad, así Hoocker (1554-1600) intentó conciliar en su tiempo la teoría política cristiana (tomista) con el verdadero estado de cosas bajo la monarquía Tudor, y aunque no lo con­siguió, fue el precursor de muchas ideas políticas moder­nas.
[14] Op. cit. p. 287.








.

ÉDGAR GUZMÁN: Existencia y Realidad en la Filosofía Latinoamericana


Edgar Guzmán: Existencia y Realidad en la Filosofía Latinoamericana(*)

Por Hugo Yuen(**)

Existencia y Realidad es el título que da nombre a los dos volúmenes que reúnen la obra filosófica completa de Edgar Guzmán (1935-2000), el filósofo peruano más original y riguroso del siglo XX, quien desarrolló el íntegro de su producción filosófica en Arequipa, dando una muestra admirable no solo de talento e inteligencia, sino también de tesón y pétrea voluntad contra la indiferencia y la apatía propias de la provincia.

El título referido es tanto un homenaje como un acto de justicia. Es un homenaje al filósofo y a su obra; aunque, sometiéndonos al pensamiento que sobre el particular tuvo Edgar Guzmán –quien esperaba que sus trabajos filosóficos y literarios(***) fuesen apreciados por lo que valían en sí y no por los méritos o virtudes personales que su autor pudiera encarnar– estamos seguros que la valoración cabal de esta obra conducirá, necesariamente, al reconocimiento y homenaje a su autor. En este reconocimiento a Edgar Guzmán, el filósofo, a través de su pensamiento legado en estas páginas que reseñamos, radica el acto de justicia que le tributa Arequipa con la publicación póstuma de su obra filosófica completa.

Los volúmenes que aparecen bajo el título de Existencia y Realidad toman el nombre del estudio doctoral que sustentara Edgar Guzmán en 1971, teniendo en cuenta dos consideraciones: Primero, el carácter comprehensivo del título mismo y, segundo, el que, de alguna manera, este refleja la temática que desarrolló Guzmán a lo largo de su vida, abordando explicita o implícitamente esos conceptos desde diferentes perspectivas (ya sea desde un análisis crítico y creativo de las diversas formulaciones a lo largo de la historia del famoso Argumento ontológico de San Anselmo, o de precisos razonamientos en torno a problemas lógicos como la Predicación Existencial, o deslumbrantes teorías ontológicas que llevaban enfundadas en sí las bases de la teoría literaria de Edgar Guzmán, como el artículo que trata de la Ficcionalidad y Existencia, por citar sólo algunos de sus trabajos), iluminando, de esta manera, el objeto de su análisis a través de múltiples y diversas aproximaciones sucesivas, como una suerte de invertido y prolijo calidoscopio filosófico.

El estudio que prologa la obra fue solicitado a David Sobrevilla Alcázar (n. 1936), profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Universidad de Lima, en virtud a su dominio –reconocido internacionalmente- de la filosofía latinoamericana, cuyo conocimiento se pone en evidencia en el trabajo La filosofía de Edgar Guzmán Jorquera: Un pensamiento analítico, neorrealista y humanista, ensayo que antecede los escritos filosóficos de Edgar Guzmán.

Existencia y Realidad consta de dos tomos, cuyo ordenamiento difiere parcialmente del sugerido en la introducción. Así, el primero reúne los trabajos de Lógica, Análisis y Humanismo, en tanto que el segundo incluye temas de Ontología, Epistemología, Ética y Estética. Este ordenamiento se debe, en principio, a razones de clasificación temática y, en segundo orden, a consideraciones formales de la presente publicación.

Si bien son muchas las personas que, de una u otra forma, han hecho realidad esta edición, mención especial merecen David Sobrevilla, por su valiosa contribución con el prólogo, y Rolando Cornejo Cuervo, rector de la Universidad Nacional de San Agustín, quien apoyó de inmediato este proyecto editorial haciéndolo posible y, con ello, concretando este reconocimiento a uno de los filósofos latinoamericanos más importantes del siglo XX que, en boca de Sobrevilla, recuerda a la figura de Juan Espinoza Medrano, ilustre filósofo peruano del siglo XVII, pues ambos, tanto Espinoza Medrano como Guzmán Jorquera, son filósofos que se formaron fundamentalmente solos, sin maestros ni tradiciones filosóficas locales que los nutrieran y, por decirlo de alguna forma, siendo padres de sí mismos, autoinventándose filosófica e intelectualmente, y produciendo una obra muy notable, al punto de afirmar Sobrevilla que con obras sólidas y sin concesiones como la de Guzmán, qué duda cabe que el Perú recuperará una posición privilegiada en el ámbito filosófico continental.

(*) Edgar Guzmán, Existencia y Realidad, Arequipa, Universidad Nacional de San Agustín, 2002

(**)Lic. en Filosofía, escritor y periodista.

(***)Además de sus escritos filosóficos, Edgar Guzmán dejó una importante obra literaria que todavía no ha sido totalmente apreciada en su real valor. Entre su obra poética publicada figuran Perfil de la Materia (1987), Rondando la Casa de la Dickinson (1990) y Trilogía del Mar (1993). Ricardo Gonzales Vigil lo incluye en su antología de la Poesía Peruana del Siglo XX (1999). Su novela El Libro de Law permanece inédita.








.

ENTREVISTA A EDGAR GUZMÁN

Por Hugo Yuen

Creemos ver tres etapas en su producción poética, en la 2da. de las cuales se encuentra su libro Perfil de la Materia. ¿Concuerda con esta apreciación?



Sí, pero con una restricción: la de que entre la segunda y tercera etapas se da una transición estilística relativa­mente suave. Desde el punto de vista de los contenidos, entre estas dos etapas hay un tránsito hacia otros temas, de prefe­rencia los ya esbozados en mis notas y otros que espero formen parte de mi programa poético.

En Perfil..., su trabajo más extenso y complejo, se hace gala de una seire de referencias cultistas (Lucrecio y Virgilio, v.g., están implícitos en los títulos de la segunda y tercera partes del libro). ¿Qué papel cumplen tales alusiones en un trabajo poético dado?


Esas alusiones, que no son muchas, según confío, consti­tuyen una manifestación del fenómeno de la intertextualidad, cuyo estudio fue introducido por Bajtin y cuyo desarrollo se produjo entre los estructuralistas franceses y demás. Esta intertextualidad no debe confundirse con la influencia de otros poetas recibida por un autor, o la fuente que este utilice.


Mediante la transcodificación, que es un recurso de los llamados "lenguaje estético" y "lenguaje publicitario", se crean sentidos al servicio de efectos poéticos. Tales sentidos se producen por un cambio de código, ya sea dentro de una obra en relación con otro código de la misma, ya sea dentro de una obra en relación con otro código de la misma, ya sea entre códigos de obras diferentes; particularmente, de diferentes autores. En "Un canto para Bolívar", Neruda dice "Padre nuestra que estás en la tierra, en el agua, en el aire/...", cambiando un código religioso dentro de uno poético. Fenómeno similar se da en el uso de epígrafes en los poemas o en los préstamos literarios (por ejemplo, versos de otros poetas que alguien incorpora en un poema suyo).

La pregunta anterior nos lleva a preguntarle respecto al contenido de su obra. ¿Considera usted que su formación filosófica otorga a su poesía un valor agregado?



Aunque parto de la idea de obra de arte, en la que la materia y la forma son indesligables e igualmente significantes (pues ambas son lingüísticas) y en la que el tema se convierte en contenido, en el sentido de tema desarrollado en un medio (en este caso, el poético), no pienso que el tema sea un elemento poético en sí mismo. En este respecto, los eventuales temas o elementos filosóficos en mi trabajo no añaden nada al valor estético que aquel pueda tener.

Algo distintivo en su poesía es el alto grado connotativo de sus versos, los que, sin embargo, mantienen una rigurosidad denotativa incuestionable. ¿Puede comentarnos ese singular rasgo de su poetizar?


Hace unos decenios se insistía que el significado de la poesía estrictamente tomada se agotaba en el plano denotativo (para utilizar la terminología de la pregunta; yo prefiero tratar este asunto entre los problemas epistemológicos de la poesía). Pero el plano denotativo también cuenta, por más que lo connotativo predomine, generando la famosa "opacidad" del texto poético respecto de la realidad. Esta idea sobre la función de la denotación está ya contenida en la posición madura de los formalistas rusos, que en un comienzo se concentraron en la connotación mencionada en la pregunta, por citar un ejemplo. En tiempos relativamente recientes se han ocupado de ella Goodman y Ricoeur. Un buen tratamiento de este punto se encuentra en McCormick.


El plano denotativo cuenta en razón de la dimensión semántica del texto poético. No obstante que en este, si ha de ser estético, el lenguaje llama la atención hacia sí mismo por medio de ficciones específicamente poéticas que erigen un nuevo mundo de sentido, este lenguaje no deja de significar algo extratextual, en la medida en que el lector puede interpretarlo desde el punto de vista de su competencia y de sus experiencias vitales.

¿Quiere decir esto que, no obstante su predominante carácter connotativo, toda poesía susceptible de ser interpretada, como ocurre en la mayoría de los casos, implica necesariamente una función denotativa?



Así es, si tomamos la pregunta en su sentido riguroso. En tal interpretación, el lector coteja por lo menos lo que pone el texto poético con las creencias que él tiene acerca de la realidad. Esto evidencia la presencia de una faceta epistemológica sui generis en la poesía, lo cual entraña una función denotativa en el texto poético.

Finalmente, ¿encuentra usted una unidad evolutiva en su quehacer poético, estilísticamente hablando?


Estilísticamente, se me dice, he pasado de una concisión con frecuencia mutiladora de las vestiduras del lenguaje y de lo accesoriamente poético en busca de una poesía exacta aunque descarnada a otra concisión que, persiguiendo la exactitud poética e incorporando las vestiduras y la sustancia que la ignorancia o la pereza me hacían descartar, se ha convertido en una densidad proclive a incrementar la cantidad de novedad y a reducir la redundancia.

Y temáticamente hablando...


En el tratamiento de temas y contenidos percibo que mi trabajo se ha orientado siempre a las visiones universales. Entre mis temas predominaba al principio la preocupación antropológica. Luego, la ontológica y metafísica, a la luz de la filosofía y las diversas ciencias y de la observación y reflexión personales.
Actualmente me interesan los desarrollos de aspectos de temas antes tocados y de temas nuevos previstos o inpensados.









.

ILLAPA (*)

(*) Premio de Narrativa López Novoa, La Huesca, Barbastro, España, 1984.



Por Hugo Yuen

A la memoria de B.

HUILLAC Uma aspiró el aire desatado en el desierto pleno, y una grávida gota de sudor corrió por su mejilla. De pronto, el ardor que el cansancio le producía en la nuca lo doblegó, haciéndole caer de rodillas sobre el suelo arenoso y, tocán­dose el cuello enfebrecido con una áspera mano, levantó la cabeza: Suspendida en el cielo estrellado que se desplegaba sobre su cuerpo, la gran estrella de larga trenza plateada ondeaba su cabellera y lo contemplaba desde lo alto de la cúpula celeste. Con agotada lentitud, Huillac Uma se puso en pie, caminó un pequeño trecho y se detuvo nuevamente.
‑Padre ‑pronunció mirando al cielo‑. Oh, Illapa, ser­piente de luz ‑vibró su voz como un lamento en la planicie desolada.
*****
¿DONDE estaba Huillac Uma?, habían entrado al pueblo pregun­tando por él. Soldados en Yauyú te buscan, le habían advertido algunas mujeres que corrieron presurosas a darle aviso. Las siguieron, pensó cuando los soldados se introdu­jeron en la casa del Oráculo, sacándolo a empellones de la Huaca a él, Huillac Uma, Oráculo de Yauyú, hijo del Rayo.
No habían respetado ni siquiera el cuerpo aún caliente de la llama blanca que estaba a medio ofrendar. Que esperaran, trató de razonar con ellos. Era la ceremonia del Ayamarca la que estaban interrumpiendo. Pero los soldados se limitaron a repetir la orden que habían recibido, como si esa repetición los exculpase del sacrilegio cometido:
‑El Inca quiere verte.
Tardaron cinco días en llegar al Cusco, avanzando a contramarcha. En el trayecto, cuando en las noches se detenían a comer, los soldados murmuraban. Temerosas conversaciones se tejían en las torpes bocas de la soldadesca y llegaban, gra­cias al viento favorable, a oídos de Huillac Uma, mientras comía protegido por la penumbra.
Un cóndor, el día del Sol, se había desplomado sin vida en la Plaza Sagrada de Huacaypata, posando su cabeza inerte a los pies del Inca. Por esos días, cientos de mensajeros lle­garon al Cusco desde las fronteras más remotas del Imperio, portando malos augurios que el Inca escuchaba desde el silen­cio de su soberbia, para luego mandar a la muerte a los infor­tunados heraldos. Hasta que surgió él, elevado e insólito: se había levantado primero débilmente, atravesando el cielo con su pequeña presencia. Mas, luego, la furia avivó su dormida fragua, y un día salió por oriente y subió al cielo arrastran­do en su ruta una larga lengua incandescente, matando con su luz a la llama sagrada que se dibujaba en el firmamento en las noches despejadas de luna nueva.
Oro y plata, maíz y auquénidos, llegaban al Cusco desde las cuatro regiones del Imperio, como ofrenda para aplacar la furia del dios. El Sacerdote Principal, recurriendo al rito de la Capacocha, había ordenado sacrificios humanos. Sólo en el Cusco, se ofrecieron doscientos niños que fueron degollados en ceremonia masiva.
La sangre aún latía sobre el altar de piedra de los sacrifi­cios cuando Huillac Uma llegó al Cusco. Fue llevado ante el Inca atravesando pasadizos oscuros y estrechas callejue­las en las que lo señalaba el gentío, al tiempo que se apar­taba abriendo camino a la comitiva oficial. Escoltado por renovados soldados, llegó finalmente al salón del Inca.
Postrado, Huillac Uma sintió la dureza de la piedra contra sus rodillas, y en medio del silencio pudo ver, a su lado, al sacerdote de Pachacámac, el Oráculo más famoso del Imperio. El Inca habló y los Oráculos cómo eran requeridos a comunicarle los secretos que la gran estrella con cola de serpiente traía. Durante incontables noches de complicadas ceremonias, Oráculos de todo el Imperio habían procurado en vano descifrar sus designios, inventando terribles mentiras que contarle al Inca. Pero esa noche ellos podrían, final­mente.
Y Huillac Uma sintió cómo era cogido de los brazos y con­ducido, tras el Oráculo de Pachacámac, por oscuros corredores de piedra gastada, construídos durante milenios por esclavos alarifes. Fue dejado en una habitación oscura, iluminada tan sólo por la luz nocturna de una pequeña ventana abierta al oriente. Por ella, Huillac Uma observó durante horas la cola piramidal de esa extraña estrella con cabeza de cóndor y alargado cuerpo de serpiente. La luz de la estrella era tan intensa que ya no se veía la Constelación del Puma, sobre cuyo plano se había levantado el Cusco en época remota, siguiendo un modelo celeste. Un leve escalofrío le recorrió el espinazo; temió, pero dando paso a la cordura, se sobrepuso y entonces, con la nitidez de lo siempre visto, vio no la sola noche, sino una suerte de lejana luz curada por la sombra, que le susurró al oído lo que sus ojos y su mente ya sabían.
Con el crepúsculo matutino, fueron a buscarlo. De re­greso, recorrió los mismos corredores, pasó rápido los mismos vacíos salones, escuchó el mismo silencio como fondo a sus pasos repetidos en la penumbra del alba, mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Se preguntaba todavía qué diría el Oráculo de Pachacámac, cuando se vio postrado en el salón del Inca. El otro adivino estaba ya de rodillas, cuando él miró en rededor. Tuvieron tiempo todavía de mirarse de soslayo antes de ser requeridos por el Sapa Inca.
Un reducido séquito rodeaba a Huayna Cápac. Con gesto apenas perceptible, el Inca ordenó que expresaran su vaticino. Un soldado aguijoneó a Huillac Uma con su lanza, pero el de Pachacámac, con voz ansiosa, habló primero:
Fueron frases breves y terribles. La voz del Oráculo resonaba en el salón y sus palabras violentas llegaban a los oídos de todos. Inminentes pestes y males desfilaban por las mentes angustiadas; guerras y muerte plagaban el porvenir. El rostro del Oráculo sudaba copiosamente, y en el brillo en­ceguecido de sus ojos y en el temblor irreprimible de sus labios al hablar, se reconocía el pánico. Súbitamente, como había empezado, su voz se apagó diciendo:
‑Presto se acabarán nuestros usos y surgirá otro nuevo modo de vivir.
En aquel momento, imponiendo su voz al murmullo que siguió al vaticino, Huillac Uma habló, agolpando en su voz toda la gravedad que su garganta le permitía:
‑Nada de lo que dice es cierto. Victorias y riqueza aguardan al Imperio. Hijos tuyos guerrearán en tu nombre, y Wiracocha, barbado y blanco, llegará pronto del mar, desde el norte, como dijeron nuestros padres que llegaría nuestro dios ‑hablaba lento y fuerte, agitando las manos al cielo y arrodillándose para besar el piso. Eres el más grande de los príncipes del la tierra. ¿Cómo permites que alguien del de­sierto, donde ni el maíz ni la llama crecen y viven, se burle de ti ante los tuyos?
Breves momentos de duda caldearon el ambiente y se pro­longaron hasta que el silencio fue roto por la voz del Inca, quien lanzando juramentos y agitando su manto, hizo cortar en el acto la cabeza del viejo profeta que le anunció desgracia, ordenando luego quemar la casa del desafortunado Oráculo.
*****

BAJO la luz lechosa del amanecer, Huillac Uma miró a lo lejos, a las lejanas montañas donde se hallaba su gente. Yauyú, pensó, y una lágrima rodó por su curtida mejilla hasta refu­giarse en la comisura de sus labios secos.
‑Yauyú ‑dijo. Pero él no iba hacia ellos ya.
Corría viento. La arena del desierto se le introducía en los ojos, en los oídos, en la boca. Golpeó el lomo de sus llamas más cercanas y éstas apuraron el paso.
Jamás olvidaría aquella noche en vela en el Cusco, parado frente a esa ventana. Pronto llegarían noticias de los hombres que, por el mar, desde el norte, se acercaban, próximos ya al río Virú. Se lo decía Illapa, como se lo había dicho durante su penosa vigilia, al asistirlo generosa, aunque contrita­mente, en su interpretación de los designios de la estrella de radiante cola. Dentro de poco moriría el Inca y las guerras fratricidas de sus hijos desgarrarían al Imperio. ¿Luego? Derrotas, sometimientos. "Presto se acabarán nuestros usos y surgirá otro nuevo modo de vivir", pensó. Sonrió con amargura. Levantó la cabeza y ahí estaba él: el largo cometa con cabeza de cóndor y un gran fuego en forma de serpiente.
‑Si tan sólo me hubiera equivocado... ‑musitó, y sus palabras se perdieron en el viento.








.

EL PARADIGMA DE LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN: ¿Utopía o Apocalipsis de la sociedad Postindustrial?

Por Hugo Antonio Yuen Cárdenas

En 1714, dos años antes de morir, el filósofo y lógico alemán Godofredo Guillermo Leibniz publicó su obra Monadología[2], en la que sistematiza su pensamiento filosófico idealista partiendo del concepto de Mónada. Según Leibniz, el universo está compuesto de almas, o mónadas, “sustancias simples”, “verdaderos átomos de la Naturaleza” que, al ser ideales, carecen de sentidos, por lo que “no pueden recibir influencia exterior ni pueden actuar sobre ninguna otra mónada”. Son, en palabras del propio Leibniz, cuartos “sin puertas ni ventanas”. La comunicación entre estas mónadas, que genera una red que imbrica el universo, está dada por el pensamiento y Dios, pero no por los sentidos, los cuales no existen en verdad. Este elegante, sutil modelo filosófico del universo, formulado hace casi 300 años, es la metáfora más actual y exacta de la internet que hoy marca con su impronta tecnológica nuestras costumbres, hábitos cotidianos, y genera en nosotros un nuevo modo de pensar, sentir y de vivir en sociedad.

El “Arequipazo” de junio de 2002: Un caso como referencia[3]

Hace apenas 4 años, en junio de 2002, el pueblo de Arequipa se movilizó, paralizando la actividad productiva del sur del Perú, exigiendo la no privatización a capitales internacionales de las acciones de Egasa y Egesur, dos empresas de energía eléctrica estatal creadas y consolidadas con aportes de los propios pobladores. Lo que en un principio se constituyó en un movimiento social de protesta contra un problema puntual relativo al tipo de gestión y propiedad de una empresa energética, se transformó, luego, en una verdadera gesta contra la globalización surgida en una ciudad latinoamericana de un millón de habitantes enclavada en las áridas y escabrosas laderas de los Andes peruanos. Rebasando los controles de la dirigencia de este movimiento de protesta, miles de personas tomaron las calles de la ciudad y, sistemática, paradójicamente, dieron rienda suelta a su indignación, a la hybris contenida como consecuencia de la exclusión que genera la globalización, contra los emblemas del capitalismo occidental, la modernidad y la sociedad global: saquearon cajeros automáticos de las agencias de bancos internacionales que en los últimos años habían comprado a la banca regional y nacional; arrancaron de cuajo los teléfonos públicos de Telefónica del Perú (subsidiaria de la matriz española), que, si bien había ingresado al mercado nacional con bombos y platillos prometiendo la inserción de las provincias en el mundo globalizado de la comunicación en tiempo real, había demostrado su insensibilidad con respecto a las características culturales de la población y su prepotencia con respecto a la imposición de condiciones unilaterales en los contratos de servicios; la población también saqueó el aeropuerto internacional de la ciudad, destrozando sofisticados equipos de monitoreo y señalización para el vuelo nocturno de las naves comerciales que partían y arribaban a la ciudad.

Lo que pudo ser un simple hecho de violencia más en la convulsionada historia del sur del Perú, atrajo, por estos y otros detalles, el interés de la prensa internacional y diversos medios de comunicación europeos llegaron a Arequipa a cubrir los sucesos. La consecuencia inmediata fue que todo el sistema de privatización de las empresas estatales que se estaba aplicando en América Latina fue suspendido. Ningún país de la región volvió a hablar de privatización en los mismos términos en los que venía haciéndolo (es decir, en términos de venta de la propiedad de las empresas), y sólo meses después se retomó el asunto pero utilizando la figura de la concesión, mas ya no la figura de la compraventa.

Un año después, Juan Manuel Guillén Benavides, el doctor en filosofía y alcalde de Arequipa, fue invitado por la Universidad de Harvard para, en el contexto de un debate académico sobre globalización y exclusión, discutir el caso de la “Gesta de junio de 2002 en Arequipa”.

La existencia de mercados globalizados, el ingreso de capitales internacionales en las economías nacionales, la hipercompetencia en el marketing contemporáneo, el establecimiento de estándares internacionales de medición y control de la calidad de los procesos y productos, el desarrollo tecnológico de los multimedia, la internet y el ciberespacio, que han permitido que Marshall Mc Luhan introduzca el concepto de aldea global[4], constituyen elementos que, a la luz de los incidentes presentados líneas arriba, hacen que nos preguntemos si es válido prever un futuro apocalíptico para la sociedad postindustrial (en el supuesto de que estemos ya en la sociedad postindustrial), que degrada y deshumaniza al ser humano, o, por el contrario, si dichos acontecimientos no son sino resultado de una lectura errada de la realidad y el devenir histórico que, gracias a la consolidación de esta aldea global, se configura como el paradigma de una nueva utopía anclada en el hálito bienhechor de la tecnología aplicada a las comunicaciones de la sociedad.

Apocalípticos e integrados: Teorías de la sociedad de la información

Umberto Eco divide en Apocalípticos e Integrados a quienes, o bien no ven con buenos ojos los nuevos medios de comunicación que brinda la tecnología, por considerar que refuerzan los aspectos opresores, deshumanizante y excluyentes del capitalismo, o bien los exaltan al extremo de considerar que configuran el eje principal alrededor del cual gira una nueva y superior estructura social, respectivamente.

Apocalípticos, o críticos

Si bien dentro del enfoque de los “Apocalípticos” prima un criterio de análisis económico y político que da pie para constatar mediante copiosos datos el carácter unidireccional del flujo de la información (de los países desarrollados hacia los países subdesarrollados y desde los grandes centros de poder urbano hacia la periferie política), contra lo cual se oponen pensadores de la talla de Jürgen Habermas, para quien la Racionalidad y la Teoría de la Argumentación, sobre la que descansa la racionalización social, radica en el conocimiento mutuo del otro; es decir, en la comunicación entre pares, entre individuos diferentes pero iguales, lo que supone una aproximación sucesiva mutua y una comunicación bidireccional, de ida y vuelta, pero no unidereccional, como se da en la sociedad contemporánea.[5]

Una posición crítica como la de Habermas no sólo explica las condiciones que hacen inviable la comunicación en la sociedad contemporánea, sino que, además, formula un modelo de razonamiento práctico sobre el cual establece bases equitativas para la comunicación humana y social que permitan el conocimiento del otro, cargado de historia y cultura propias y singulares pero pasibles de ser conocidas y comprendidas, lo cual constituye la piedra de toque fundamental para la coexistencia pacífica entre sociedades e individuos y se configura en el eje de la sociedad democrática que él postula.

En ese contexto, la configuración de la Sociedad de la Información tal como la conocemos en la actualidad, marcada por mecanismos irracionales movidos por el marketing, las expectativas de negocio y los usos del mercado (en suma, por manifestaciones del capitalismo cultural), desnaturalizan la comunicación, deshumanizando al individuo y, por ende, a la sociedad.

Cobra, en esa línea de análisis, total sentido de ruptura la Gesta de Junio, como una manifestación de la inviabilidad social de esta nueva sociedad de la Información.

En resumidas cuentas, para Habermas y los críticos de la Sociedad de la Información, la nueva red y los hilos directrices de esta “nueva sociedad” no tocan los nervios primarios y básicos de la racionalidad (consustancial al humanismo) que podrían reformular la acción práctica del humán[6]. Por ello, al ser gobernados por las leyes del consumismo y el mercado, la irracionalidad de la Sociedad de la Información no sólo continúa, sino que, además, se incrementa exponencialmente.

Integrados

Sin embargo, obviando las críticas expuestas en los párrafos precedentes, queremos retomar la referencia al símil expuesto a través del modelo conceptual de Leibniz, que pone en evidencia la arquitectura original de la nueva Sociedad de la Información y las implicancias que ello contiene.

En 1962, Marshall Mc Luhan publica La galaxia de Gutenberg[7], obra en la que anuncia la desaparición del libro y la escritura, columnas fundamentales sobre los que durante siglos ha descansado la cultura.

En su obra, Mc Luhan pone en evidencia cómo la escritura (primero manuscrita y luego tipográfica) configuraron la cultura del ser humán. De la misma manera, concluye Mc Luhan, la tecnología electrónica constituye una prótesis para nuestros sentidos que configuran la base de una nueva forma de entender, sentir y actual en sociedad como seres humanes.

En la misma línea de pensamiento se encuentran pensadores de la talla de Walter J. Ong[8], Julian Jaynes[9] o Jack Goody[10].

Todos estos autores ponen de manifiesto no sólo cómo la escritura modificó la estructura de la organización de la sociedad[11] a lo largo del tiempo, sino, además, y de modo más sugestivo y sorprendente, cómo la escritura modificó la forma como funcionaba nuestro cerebro y, por consiguiente, cómo operó como una suerte de herramienta/prótesis que reformuló nuestra relación con la realidad, haciendo que pensáramos diferente, sintiéramos diferente, actuáramos diferente y, por consiguiente, actuáramos diferente. En suma, cómo esta herramienta conceptual, la escritura, modificó, de alguna manera, nuestra esencia humán.

En el caso de Julian Jaynes, el autor explica como unos de los probables elementos (si bien no los únicos) del surgimiento de la conciencia en el ser humán en la antigüedad (entre los siglos XI y XII AC), al debilitamiento de lo auditivo por el advenimiento de la escritura y a la facultad de narratizar de los relatos épicos, también consecuencia posterior del surgimiento de la escritura.[12]

Walter Ong expone, a su vez, otras características del pensamiento y la expresión de condición oral, indicando que en una cultura oral primaria el pensamiento y la expresión tienden a ser de las siguientes clases: acumulativas antes que subordinadas; acumulativas antes que analíticas; redundantes, conservadoras y tradicionalistas, homeostáticas, situacionales antes que abstractas, etc.

En ese contexto, las posiciones Integradas ven en la nueva Sociedad de la Información la constitución de una nueva organización configurada sobre la base de una poderosísima herramienta, lo electrónico, que no sólo permitirá configurar una forma más eficiente de articular lo complejo, sino que, fundamentalmente, permitirá liberar al ser humano de procedimientos lastrantes que inhiben o anclan su creatividad, liberando las potencialidades del ser humán en su función creadora.

Colofón

Así vistas las cosas, podemos apreciar que la Sociedad de la Información, como las dos caras de Jano, muestra virtualidades tanto apocalípticas como utópicas. Corresponde a los Estados configurar políticas que permitan regular este nuevo entramado social sobre el que se teje la vida de la humanidad, a fin de establecer medidas reguladores y promocionales que permitan constituir la base de una verdadera herramienta de desarrollo democrático que incluya antes que excluya y que integre antes que divida.

Terminamos como comenzamos, retomando a Leibniz, quien, además, fue el precursor de la Teoría de los Mundos Posibles. El filósofo alemán, al referirse a las implicancias generadoras de todo acto o suceso, solía decir que el presente esta plagado de porvenir. Así también, podemos decir que la sociedad de la Información está preñada de virtualidades, tanto apocalípticas como utópicas. Corresponde a la articulación coherente de los actos del presente configurar el mundo posible que deseamos para mañana.

[1] Primer trabajo del Módulo 1 de la Maestría de Dirección estratégica y Gestión de la Innovación del Instituto de Estudios de Posgrado. Noviembre de 2006.
[2] LEIBNIZ, G.W., Monadología. Discurso de metafísica. Profesión de fe del filósofo. Ediciones Orbis S.A. Buenos Aires, 1983.
[3] SARAYA LÓPEZ, Luis. La gesta de junio: Testimonio de lucha. Universidad Nacional de San Agustín, Arequipa, 2006.
[4] MC LUHAN, Marshall. Guerra y paz en la aldea global. Origen/Planeta. México, 1986.
[5] HABERMAS, Jürgen. Teoría de la acción comunicativa. Taurus. Madrid, Primera reimpresión de la primera edición, 1988.
[6] Aplicamos aquí el neologismo “humán” introducido en la década de 1980 por el filósofo español Jesús Mosterín en su Historia de la Filosofía. Alianza Editorial, Madrid.
[7] MC LUHAN, Marshall. La Galaxia de Gutenberg. Origen/Planeta. México, 1985.
[8] ONG, Walter J. Oralidad y escritura: Tecnologías de la palabra. Fondo de Cultura Económica. México, 1987.
[9] JAYNES, Julian. El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral. Fondo de Cultura Económica. México, 1987.
[10] Goody, Jack. La lógica de la escritura y la organización de la sociedad. Alianza Universidad. Madrid, 1990.
[11] Goody explica, en la obra citada supra, aspectos organizacionales vinculados a esferas como la religiosa, la estadual, la administrativa y la jurídica.
[12] Para Jaynes esta irrupción de la conciencia se pone de manifiesto fisiológicamente con el incremento de la comunicación ida y vuelta entre los dos hemisferios cerebrales a través del cuerpo calloso, que se constituye en la gran autopista de la comunicación interhemisférica del cerebro. La teoría de Jaynes es abordada incidentalmente por el escritor norteamericano John Updike en su obra Hacia el final del tiempo, Tusquets Editores, Barcelona, 1999.










.